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Cultura 21 de marzo de 2016

Victoria Ocampo: pensar la relación entre el escritor, la vida y la literatura

Por Maximiliano Reimondi (*)

Perfil de una intelectual, escritora y gestora cultural que supo ser una buena hija de su tiempo. Dijo: “Mi única ambición es llegar a escribir un día más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer”.
Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo era su nombre verdadero. Nació el 7 de abril de 1890, en la ciudad de Buenos Aires. Integraba una familia aristocrática, fue educada por institutrices y su primer idioma fue el francés. En tanto que lectora voraz, Ocampo vio las lecturas de su niñez y adolescencia controladas y prohibidas por sus padres.
La lectura de la pequeña infancia permite destacar hasta qué punto la relación al libro cobra un valor simbólico cuando Ocampo escribió: “Llevo un libro que me leían y hago como si leyera. Recuerdo el cuento perfectamente, y sé que está detrás de las letras que no conozco”.
Esa fascinación por mundos imaginarios, idiomas desconocidos que se desprenden del libro como objeto simbólico de la apertura, refleja a lo largo de su Autobiografía otro acto compensatorio. Participó desde su juventud en las primeras manifestaciones de los movimientos feministas e intelectuales antifascistas argentinos, lo que le forjó el carácter de una mujer singular.
En 1910, Victoria Ocampo cumplió 20 años. Del 18 al 23 de mayo de ese año, Buenos Aires auspició el Primer Congreso Femenino internacional concurrido por mujeres como la visionaria Cecilia Grierson que sin duda habrían de inspirar a Ocampo.

La asignatura pendiente

Hija de su tiempo por lo tanto, Ocampo fue de las intelectuales que por su condición de mujer y por su historia personal pudo inspirarse de sus precursoras y destacar en varias ocasiones la importancia de la educación para la mujer.
Victoria Ocampo en La mujer y su expresión (1936) denunció una asignatura pendiente en la llamada “literatura universal”, casi exclusivamente escrita por varones; afirmaba que faltaba la incorporación de las mujeres como sujetos y no meros objetos de la escritura.
Antes de aventurarse por Europa, el cuestionamiento de la formación del canon surge en sus lecturas literarias iniciales en francés, sacadas de una antología llamada Morceaux choisis que no le gustaban.
En 1924 publicó su primera obra, De Francesca a Beatrice, publicado por la “Revista de Occidente”. Sus viajes a lo largo del mundo le permitieron entrar en contacto con los principales exponentes de la literatura y el ámbito intelectual; así, alentada por Waldo Frank y Eduardo Mallea, fundó la revista y editorial “Sur” en 1931, en un volumen ilustrado de más de doscientas páginas y que llegaría a perdurar por sesenta y dos años.
Promovió las obras literarias de importantes autores nacionales e internacionales, entre los que se encuentran Francisco Romero, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, José Ortega y Gasset y Jorge Luis Borges.
En 1941, se instaló definitivamente en su residencia Villa Ocampo -actualmente perteneciente a la Unesco-, que se convirtió en un sitio de recepción para figuras extranjeras como Rabindranath Tagore, Roger Caillois, Ernest Ansermet o Indira Gandhi, entre otros.
Militó activamente, a su vez, en la oposición al peronismo, motivo por el cual fue arrestada durante 26 días en 1953. Recibió diversas distinciones doctorados honoris causa de distintas universidades y la Orden del Imperio Británico por parte de la reina Isabel II. Fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Argentina de Letras (en 1976).
Lo meritorio es que siendo una dama de la alta sociedad, dedicó su vida y su dinero a estudiar, a difundir la cultura y el arte en todas sus formas. Supo ayudar a escritores y artistas. Victoria, en principio, no encuentra originalidad, sino copia en la cultura nacional: la reproducción a veces patética o casi, de la gran cultura europea de la que se siente desgajada.
La imagen del argentino como “europeo transplantado” la abruma por momentos. Sin embargo, en Supremacía del alma y de la sangre (1935) ya aboga por el derecho a la diferencia: el de América (sobre todo el de Sudamérica) con respecto al baluarte de la llamada “razón europea”.
Victoria Ocampo era una escritora apasionada. La lectura atravesaba su fascinación, su dolor y su alma. Sin duda la afición de Victoria por los libros siempre la llevó a fascinarse con la literatura, a leer con voracidad, sin embargo, a veces sus lecturas parecen no encerrar nada fuera de sus gustos, sus inclinaciones y sus instintos, por lo que pueden resultar insubstanciales y por demás discretas.

Protagonismo mundano

Una puesta en valor de sus ensayos demuestra el interés que tiene el modo en que Ocampo lee la relación entre el escritor, la vida y la literatura, para explorar en torno a la subjetividad y la experiencia.
La escritora formaba parte de los intelectuales que sabía ambas cosas y sin refutar las acusaciones que suscitaba, exaltando siempre el privilegiado lugar del artista. Pero tenía por tanto una visión aristocrática del arte, que le permitía en parte colmar sus anhelos histriónicos, en un protagonismo mundano, que asumía como embajadora de la cultura argentina y americana en Europa, o a la inversa como anfitriona de los eruditos y artistas extranjeros del momento, en Argentina.
Su obra adquiere la posición de lectora informada, en la cual inserta cartas o fotografías autografiadas de personajes ilustres así como el añadido de un índice de nombres, largo, de cuatro páginas en el primer tomo, que no superaba en sí solo las 190 páginas.
Considerando las implacables críticas que le hicieron los escritores peronistas y de izquierda, y el poco aprecio que le ha dado la crítica académica a su obra, su refugio es la lectura que actúa como ese suplemento de vida, cura y consuelo a un destino que ni en el plano de la vocación profesional, ni en el de la pasión amorosa la colmaron del reconocimiento al que hubiera gustado acceder.
Victoria escribía con una pasión tan pura que molestaba, manifestándola con un lenguaje único. La misma Victoria señalaba con humor que todos sus libros eran póstumos, admitiendo el poco peso adjudicado a su obra.
Escribió no sólo artículos y libros sino, además de sus Memorias, infinita cantidad de cartas, que en volumen superan todo el resto de su obra. Sin ambición pero con una notable tenacidad, con instinto inflexible, Victoria escribía rodeada de silencio.
Entre las diversas facetas de Victoria Ocampo que han pasado desapercibidas, se cuenta su condición de cinéfila. Su relación con el cine fue muy personal y apasionada. Por los directores y su obra, pero también por los actores, como lo prueba el hecho de que en un viaje a Berlín hiciera todo lo posible por conocer a Conrad Veidt, el protagonista de “El gabinete del doctor Caligari”.
No se trataba sólo de un interés cultural, sino casi de una necesidad física. Iba todos los días, con algún colaborador de la revista Sur como Enrique Pezzoni o Eugenio Guasta. Con Graham Greene, mientras estuvo en Argentina, iban juntos siempre. Necesitaba compañía porque era muy sensible a la opinión de los demás. Quería compartirlo todo, no podía entender que lo que a ella le gustaba pudiera no gustarle a otro.
La trayectoria intelectual de Victoria Ocampo se extendió a lo largo de cincuenta años y se caracterizó por su carácter multifacético. Fue editora, traductora, ensayista, escritora, mecenas, operadora cultural, académica y benefactora de las artes. También alimentó la desvalorización de su obra en su propia escritura tanto ensayística como autobiográfica, si fuera posible hacer tales distinciones en su obra. Si estas memorables definiciones han pasado al olvido es porque se reduce a Victoria al rol de la admirante perpetua, de la consoladora inigualable, de la amiga abnegada e incondicional.
El hecho de que todas estas virtudes, que en ocasiones encarnó, no empañaran su poderosa capacidad crítica, tan lúcida como fulminante. Está llegando, felizmente, la hora de rescatar los dones críticos de una mujer que sabía mucho más de literatura que de teorías literarias y de generosidad más que de deconstrucción. Falleció el 27 de enero de 1979, cuando tenía 88 años, en Béccar.

(*) Periodista, escritor, dramaturgo y actor.



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