Caracas se ha convertido en la autopista de las manifestaciones contra el indolente régimen del actual mandatario Nicolás Maduro que hostiga con vigor más allá de su incongruentes discursos y con la fuerza de las armas, las numerosas manifestaciones, entre ellas, la marcha blanca de mujeres que reclaman alimentos para sus hijos y libertad para sus hombres, las damas de blanco de cara al luto que vive la querida República Bolivariana de Venezuela. Sordera, ceguera, necedad y vergüenza, angustia a todo aquel que precie el bien común.
Hambre y desidia en el vecino país, conceptos numerosas veces utilizados para reseñar la situación actual de estados africanos abandonados a la mala suerte de la parca maliciosa de las políticas globales, pero no es este el caso, nos referimos al país hermano de Venezuela dónde la inflación ya ha escalado al 1.700 % anual, dónde las importaciones se redujeron en un 70% y dónde su economía se encuentra en la peor estanflación histórica. Actualmente los niños del futuro están hambreados, desnutridos y abandonados por el estado, luego, los muertos que ascienden a más de cuarenta mientras el jefe de estado baila enajenado rayano en la locura.
Alimentarse en Venezuela es remover la basura de los contenedores, es hacer interminables filas para lograr hacerse de un paquete de harina y con suerte un poco de leche para paliar el llanto del hambre infantil. No es una crónica del terror, es la realidad velada y criticada por quienes siguen dogmatizados. Morir con las botas puestas es el objetivo de N. Maduro sin importar absolutamente nada de la vida de los ciudadanos que demuestran su descontento en el único lugar dónde las instituciones no les han podido arrebatar: las calles, pero lo peor está debajo del escenario donde se posa el mandatario, sus súbditos, cómplices de la violencia encarnecida que están llevando adelante, formaran parte sin dudas del gran juicio que la historia les tiene reservado en las páginas más amarillas y más oscuras.
Günter Grass (escritor alemán) en 1959 escribió la novela “Tambor de Hojalata” donde el protagonista, Oscar Matzerath, representa a un hombre con apariencias físicas de un niño de 3 años. La obra encarna la ironía de representar a un hombre que descontento con el sistema imperante decide dejar de crecer y con esa apariencia física infantil pero con todo el potencial racional de un adulto se siente impune frente al mundo que lo circunda hasta que la culpa y la responsabilidad lo fuerzan a aceptar su adultez y admitir que lo consideren loco.
El tambor y la voz
Por el apego a la lectura y sin reprimir analogías descabelladas, la obra “El tambor de hojalata” me pareció una representación ideal para graficar a un hombre cuyas actitudes están más cerca a las del protagonista de la obra literaria de Günter Grass, Oscar, quien ha preferido ser observado como un infante en el contexto de la segunda guerra mundial, aunque en el caso de N. Maduro el contexto no es una guerra mundial sino una confrontación de sus ciudadanos contra la represión del poder militar, el terror del estado y sus infantiles actitudes (hablar con un pajarito, bailar mientras en las calles mueren personas por la represión) que se manifiestan con el ruido del tambor y el poder gravitante de su voz en los discursos marrulleros que cautiva a una pléyade aturdidos por el ruido a hojalata de palabras socarronas cuando en las calles la sangre de los muertos y heridos se vierte en el asfalto.
¿Estaremos todos aturdidos? Mientras las noticias naturalizan el caos en la cual está inmersa Venezuela, observamos atónitos los pasos kilométricos que ha dado el mandatario con decisiones autocráticas hacia el engendro de una “dictadura”. No es el temor de escribir una y más veces la temible palabra, el temor es observar que estamos frente a la concreción de la misma. No reconocer la Asamblea Nacional legitimada por la soberanía del pueblo en elecciones democrática y otorgarle entidad a la Asamblea originaria por decreto, es romper todo lazo jurídico con la constitución. Alexander Solzhenitsyn, historiador ruso señalaba “El estado de guerra sólo sirve como excusa para la tiranía doméstica” Las nuevas formas de “guerra moderna” están dirigidas a convencer a la gente para que ame su propia esclavitud en defensa de su propia libertad. El tambor y la voz escasos recursos para destruir varias generaciones pero será la historia la encargada de convertir la hojalata en papel y la voz en la pluma.
Ni Maquiavelo
Por dónde se lo observe el presidente de Venezuela ostenta las caprichosas vicisitudes de un corazón que a estas alturas parece no latir sino…golpear con felonía, una especie de maquiavelismo derruido. Con objetivos tan banales como ridículos….ofusca a gran parte de un pueblo que todavía resiste con la fuerza de la dignidad. Es impensable que una de las máximas de N. Maquiavelo “es mejor ser temido que amado” pueda aplicarse a las fantochadas del actual presidente venezolano. Si bien Chávez era factible de ser criticado, lo era en el contexto de una teoría política o de un modelo estructurado y formateado al estilo de Hugo Frías, pero en el caso específico de N. Maduro sus acciones no reflejan identidad política en sentido estricto de la política, sino excentricismo y pantomima chacotera con el peligro de concentrar el poder político y militar.
Entre bufonadas creativas, grotescos discursos, ridículos ademanes el presidente venezolano siembre amor entre sus seguidores pero crece la consternación de los que lo desaprueban. El tambor de hojalata como imprudente comparación revive el personaje del hombre que no quiso crecer hasta que el peor de los homicidios atizó la conciencia del hombre-niño para convertirlo en el hombre-hombre que deberá rendir cuentas por los niños hambreados, los mártires y la agonía más cruel de un pueblo bueno que todavía resiste.
(*): Profesora en Historia.