Una inexacta coincidencia fundamenta la elección del 23 de abril como el Día Mundial del Libro y del derecho de autor: la muerte de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, aquel día de 1616. No es del todo cierta la fecha, ya que la muerte de Shakespeare corresponde al calendario juliano (sería nuestro 3 de mayo) y que Cervantes falleció un día antes. Pero, más allá de los detalles, en todo el mundo el 23 de abril se celebra al libro, y a los derechos que asisten a quienes los escriben.
Esta doble dimensión de la celebración permite una mirada sobre el arte de escribir y su siempre tensa relación con la industria editorial. Sobre todo porque este mes de abril trajo novedades muy relevantes para ambos.
I.
El que escribe y el que publica
Esta última semana se conoció la traducción al castellano del libro “De qué hablo cuando hablo de escribir”, del escritor japonés Haruki Murakami. ¿Quién es Murakami? El autor de “1Q84”, su obra más conocida en nuestro país, best seller mundial en 2009.
El libro, que ahora publica Tusquets en castellano, es un conjunto de reflexiones sobre por qué escribir, cómo hacerlo, estrategias, herramientas, pasiones, tenacidades y desventuras del escritor de ficciones. La cuestión no es nueva, pues Murakami tiene honrosos antecesores en el tema: desde Ernesto Sábato, con “El escritor y sus fantasmas”, pasando por “Ser escritor”, de Abelardo Castillo; “On writing”, de Stephen King, “Experimentos con la verdad” y “Para qué escribir”, de Paul Auster, entre muchos otros.
El problema del manual del escritor es la noción misma de escritor. Todos los citados ensayos –siempre los leí con mucho interés, aún sin escribir ficción- se estructuran por preguntas básicas: ¿Qué es escribir? ¿Para quién escribir? ¿Por qué escribir? Y luego, en general, critican a los críticos, al periodismo literario, a los premios, a los editores, a la industria.
Es que todos se encuentran con la misma cuestión: si escritor es el que publica, la literatura sobre los escritores se derrumba inevitablemente en los devaneos de la industria del libro: por eso Murakami también empieza con la inspiración y las manías de la creación y luego hereda la tradición del enojo con premios y editoriales. Parece no decidir si el escribir es un oficio o profesión, o una pasión del espíritu, el influjo del arte en el corazón del creador.
Pero, por otro lado, si escritor es el que escribe, la literatura sobre los escritores también es vana, prescindible, incluso aquella de tradición oral que se gesta en los talleres literarios: el debate sobre las palabras, sobre los gerundios, sobre el estilo, sobre la imitación. A nadie le importa. La discusión es fútil, y hasta vanidosa, porque quien escribe para sí lo hace como mejor le viene en gana y la mirada ajena es solamente eso, ajena.
II.
La concentración del libro
El 3 de abril de 2017 Penguin Random House firmó acuerdo de compra con el Grupo Zeta para la adquisición de Ediciones B, que incluye los sellos B, Bruguera, Vergara, Nova, B de Blook, B de Books, B de Bolsillo y B.cat.Con. Con esta ampliará de gran forma su negocio en España y en el mercado latinoamericano.
La compra permite a Penguin unir al elenco de autores que ya publica los editados por Ediciones B. Ahora, entre los escritores de Penguin se pueden encontrar premios Nobel como Svetlana Alexievich, Alice Munro, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, José Saramago, J.M. Coetzee, Orhan Pamuk, Doris Lessing, V.S. Naipaul o Gunter Grass; premios Cervantes como Elena Poniatowska, Juan Marsé, Guillermo Cabrera Infante o Sergio Pitol. También a Borges, Cortázar, Carlos Fuentes y Roberto Bolaño entre otros.
La concentración editorial entraña una paradoja: los números indican que se publica más que nunca en la historia. Se podría pensar, entonces, que los escritores encuentran cada vez más espacios en una industria floreciente. Pero son las reglas del negocio las que hacen desaparecer al escritor, pues la cadena de producción lo ubica en último lugar, desde lo económico y también como causa eficiente de todo el sistema literario: es más sencillo crear un escritor, que una obra, como sucede en la industria pop, por ejemplo. Esto redunda en que el enorme crecimiento editorial es, a su vez, una limitación del creador literario en virtud de las condiciones comerciales del negocio.
Por eso, si escritor es sólo el que publica, vamos hacia un universo gigante de libros, pero cada vez con menos escritores, o con varias versiones del mismo.
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