A un año del “dijo que no sabía”
La historia de la estudiante que "dijo que no sabía nada" sigue hoy vigente. La chica sigue cursando en la escuela de La Gloria de la Peregrina. La profesora trabaja en un libro donde invita a pensar en un educación popular.
por Albertina Marquestau
@albermarquestau
El 12 de abril de 2016 la vida de Lucía Gorricho cambió. Días antes había publicado un texto en su blog personal al que tituló “Dijo que no sabía nada“. Pronto su celular comenzó a sonar. Periodistas, educadores, padres, alumnos y personas siempre dispuestas a opinar sobre educación empezaron a hacerle llegar sus pareceres -para bien o para mal-, sobre la historia que había decidido compartir y que, para ese entonces, ya recorría el mundo.
“Fue algo que me dio mucho ánimo para seguir trabajando como docente porque estaba con una crisis con mi trabajo”, cuenta 12 meses después.
En aquel relato, la profesora de Geografía simplemente contó de qué manera afrontó la evaluación de una estudiante que le confesó que “no sabía nada”.
Aquella historia que se propagó por los medios de comunicación de todo el mundo y desencadenó algunas controversias en las redes sociales terminó inspirando un libro que Gorricho espera poder publicar pronto. “Una docente me comentó que iba a hacer lo mismo que yo y me pregunté: ¿Qué va a hacer?”, cuenta la profesora al citar uno de los disparadores de su escrito.
En su libro, para el que eligió el título “Frutillas. Un libro sobre educación y trabajo“, intenta destacar que la experiencia que vivió bien podría ser considerada como el emergente de “años de educación popular”.
La palabra “frutillas” no aparece en la obra porque sí. Alude al hecho de que aquella estudiante, avergonzada por “no saber” el día del examen, le contó a su docente que su familia -todos ellos trabajadores de un frutillar en Mar del Plata- no le habían podido comprar libros ni carpeta. Aún así, Gorricho la alentó a escribir hasta encontrar en sus respuestas más de una sorpresa.
“No busco réditos económicos, sino contar lo que pasó y que otros docentes o gente interesada en la educación pueda reflexionar junto conmigo sobre un modo distinto de educar”, asegura.
– Sentís que te cambió la vida después de lo sucedido…
– Me dio mucho ánimo para seguir trabajando de docente porque estaba con una crisis muy grande de mi trabajo, muy cansada. De golpe pasó esto y me llegó tanto amor de personas desconocidas… que fue un mimo al alma que me hizo re bien.
– ¿Cómo fue que una evaluación pasó a ser parte de tu blog?
– La evaluación me resultó conmovedora y decidí publicarla en mi blog como para compartir el relato sobre “Frutillas” y Bolivia con mi círculo íntimo de amistades. Para mi sorpresa, el texto se viralizó: el blog pasó de tener 200 vistas a 300 mil en un poco más de una semana y lo hicieron noticia cientos de medios de comunicación de todo el mundo. En Bolivia la historia tuvo gran impacto en la población al punto que una periodista me preguntó en una entrevista a modo de información: ¿Usted sabía que el lugar que ella describe es Cochabamba? Fue así que me enteré cuál era el paisaje geográfico preciso al que ella hizo referencia en el marco de una mesa de examen situada a miles de kilómetros de distancia.
– ¿Cómo viviste el impacto que tuvo Frutillas?
– Fue muy fuerte porque de repente mi teléfono estaba todo el tiempo con llamadas entrantes, durante tres días. Llegó un momento que no sabía ni con quién hablaba, hice unas 60 notas y me llevé tanto alegrías (la mayoría), como algunos momentos feos de confrontación.
– Esa exposición mediática también hizo poner a prueba lo que sabías y pensabas…
– Sí, y que tenía herramientas, por eso también escribí el libro. En un comentario que recibí una docente me felicitaba por lo que había hecho y me decía que iba a ser lo mismo, entonces me pregunté….¿qué va a hacer? Entonces surgió lo del libro, porque haber evaluado así es el resultado de años de educación popular, de que estoy convencida de que todas las personas saben algo, no acepto un no como respuesta, hay que encontrarle la vuelta hasta encontrar el saber. Esa prueba fue el resultado de eso, yo no le creí a ella que no sabía que algo tenía que escribir para seguir en la escuela. También tengo claro que en ese caso y en otro, no voy a aprobar sino saben nada.
Es muy común que en las escuelas nos respondan con un “no sé”. Lo especial de la estudiante es el contraste entre la dificultad que tuvo para expresarse oralmente y la facilidad que tuvo para escribir. En menos de dos horas, escribió de corrido (sin tachaduras ni enmiendas) seis carillas en manuscrita sosteniendo un relato coherente, simple, atrapante y verídico.
Impactos
– ¿Qué impacto tuvo lo sucedido en la alumna, la comunidad y su familia?
– El impacto mediático tuvo su correlato en la zona del paraje “Gloria de La Peregrina” donde funciona la escuela y la compañía Frutihortícola SA. La mamá de la estudiante fue dos veces seguidas a la escuela después de la viralización y habló con el director. La primera vez estaba muy emocionada y dijo: “Yo no sé cómo se acuerda lo de las habas porque era muy chiquita ella cuando vio a la abuela”. La segunda vez que fue, estaba muy triste porque al parecer, “la estaban discriminando más que nunca”. A Gabriela le pasó algo parecido: algunas estudiantes de la escuela, la acusaron de “poner en riesgo el trabajo de sus familias”.
– ¿Qué repercusiones hubo en la escuela y la empresa de frutillas?
– Llegaron a la escuela y a la empresa de las frutillas decenas de personas con funciones en la gestión pública que se presentaban con la intención de multar, difundir o corregir ciertas infracciones que se estarían cometiendo en el lugar. Como en general en las compañías y en las instituciones oficiales suceden cosas que no cumplen estrictamente con la ley vigente, se señala y penaliza los errores con las mismas herramientas con las que cuenta el sistema. De esta manera, la presencia de organismos de cuidado o recaudación como son migraciones o minoridad por ejemplo, resultan una amenaza tanto para la patronal y el equipo directivo, como para la planta de trabajadores en general. Por eso, en lugar de señalar y enjuiciar a los responsables políticos de que las escuelas no tengan las condiciones idóneas para funcionar o a los responsables económicos de la explotación laboral, es más fácil revictimizar a la víctima y el problema sería la persona que habló.
– Y en la comunidad de La Gloria, ¿cómo se vivió?
– Ser de Bolivia y residir en Argentina es particularmente difícil porque vivimos en una cultura racista. En La Peregrina, donde nació la historia, la conexión a internet no es ni fluida ni constante y la prensa escrita no se consulta en forma recurrente. Por eso había muchas personas que, siendo parte de la comunidad, no habían tenido acceso al relato. Reproducir opiniones surgidas a partir de los resúmenes informativos, generó confusión y resistencia con los debates críticos-constructivos que se estaban dando en relación a las condiciones de educación y al trabajo en la zona. De hecho, a la tercera clase después de la viralización, se me acercó una estudiante de esa misma escuela y me dijo: “Profesora yo quiero decirle algo, G miente”. Entonces le pregunté por qué decía eso y me dijo: “Los chicos no trabajamos”. Cuando le consulté si había leído la evaluación me dijo que no. Ahí mismo consulté al grupo de 35 estudiantes y nadie en el curso había leído el texto a pesar de que “todo el mundo” estaba hablando de la historia que había nacido en el mismo barrio. Entonces leí en la escuela la evaluación en voz alta y conseguí en el aula un respeto impecable por el relato y una atención que nunca más volví a conseguir en ese curso y quedó claro que ella no hizo una denuncia al trabajo infantil, sino que la expresión textual que usó fue: “A mí me gusta embalar” y además también escribió: “Ahora pagan mejor” con lo cual, se entiende que es una relación asalariada.
Todos opinan
– ¿Cómo manejaste el hecho de que no sólo la prensa sino gran parte de la sociedad se siente validada para opinar sobre educación?
– Hablé con medios de varias provincias de Argentina y de otros países como Bolivia, Colombia, Estados Unidos y Uruguay, en donde el intercambio de ideas me resultó muchas veces más que interesante. Sin embargo, existieron comunicaciones que me dejaron con un sabor amargo por la falta de respeto hacia mi trabajo o por contener la respuesta en la pregunta con la clara intención de incomodarme. La peor entrevista, sin lugar a dudas, me la hicieron desde la provincia de San Luis. Todas las preguntas fueron acusatorias. “¿No te parece injusto haberla aprobado teniendo en cuenta a quienes estudiaron?”, “Te sancionaron por tu accionar?”, “¿Te crees un ejemplo de docente?”, fueron algunos interrogantes de esa nota que hice 15 minutos antes de entrar a un curso a dar clases. De todas maneras, creo que mi mensaje llegó a la audiencia del lugar ya que tengo plena conciencia de los motivos y los resultados de mi accionar.
– Y los comentarios no tan agradables, ¿cómo los tomaste?
– Todos los comentarios maliciosos fueron contrarrestados por los miles de mensajes hermosos que me llegaron de distintas partes del mundo. En todas las escuelas sentí el apoyo de directivos, colegas y estudiantes. Mi familia me acompañó y disfruté de la solidaridad en el ámbito educativo y laboral, de una manera que me es imposible describir con palabras. Creo que sigo siendo capaz de alimentar la esperanza de todas las personas que saben que estos modelos llegaron a un límite ético y que es urgente y necesario, crear nuevas prácticas laborales y educativas.
– Del tratamiento que se le dio a tu texto original, ¿qué opinás?
– En la prensa la historia se divulgó como: “La maestra que aprobó a la alumna que no sabía” pero me parece importante corregir los errores de ese enunciado. No soy maestra, sino profesora de Geografía, la palabra “alumno” proviene del griego y significa “sin luz” (por eso es mejor hablar de estudiante) y por último, yo titulé el texto como “Dijo que no sabía nada”, pero era una suerte de ironía, ya que con su escrito dejó en evidencia claros y precisos saberes sobre una actividad económica que se realiza en forma intensiva en América y pudo describir, con lujo de detalles, las características geográficas más importantes de un país latinoamericano: Bolivia.
Los motivos
– ¿Por qué el libro?
– A partir del relato sobre los motivos por los cuales decidí promocionar a la estudiante, es que también surgió la idea de publicar un libro. Me pareció interesante seguir escribiendo sobre el tema con el objetivo de aportar en los intercambios que se dieron en relación al sistema educativo hegemónico y al modo de producción capitalista. Fue mágico presenciar cómo una narración geográfica de una estudiante que ayuda en la actividad agrícola, movilizó miles de conciencias. Es mi deseo que este libro sirva para seguir pensando (y proyectando) modelos educativos que promuevan valores vinculados al “buen vivir” como una forma de resistir la lógica de funcionamiento dominante.
– ¿Sos de la que piensan que es posible otra forma de enseñar?
– El desafío actual en el terreno educativo consiste en impulsar experiencias pedagógicas que demuestren, desde la práctica, que es posible otra manera de enseñar y de aprender. Mientras tanto, resulta urgente humanizar las instituciones educativas oficiales (tanto estatales como privadas), más allá de todas las dificultades socioeconómicas que existen. La competencia y el agravio son parte de la formación según los criterios y valores de la meritocracia, pero sólo es ético refutarlos desarrollando alternativas en estrategias educativas. En síntesis, quiero decir que “la mejor forma de cuestionar una práctica es estimulando otra superadora”.
– ¿Cómo es hoy tu relación con la estudiante?
– La primera vez que se viralizó el tema, le llevé el blog impreso y algunos comentarios y repercusiones. Le pregunté si sabía que estaba en las noticias y me dijo: pensé que era broma. Después pasamos un tiempo en el que me veía venir y bajaba la vista, creo que en parte porque en la misma escuela con sus compañeras no la pasó bien, algunas la acusaban de haber puesto en riesgo el trabajo de muchas familias. Después le regalé una cartuchera que me habían traído de Bolivia y tiempo más tarde me pidió si le podía enseñar geografía argentina y fue lo mejor que me podía pasar. Cada tanto me manda mensajes conmovedores, el último decía: “Gracias por llenarme la mente”. Y al rato me pidió permiso para hacerme una pregunta: ¿Cómo se hace para ser feliz?, me dijo. Confieso que me llevé las dos manos a la boca y me quedé pensando un rato largo antes de responderle. Me surgieron ideas y consejos que me vienen acompañando desde hace años, pero al final, le dije la verdad: “No sé”.