“El peso de la ley” desnuda las oscuridades de la justicia
Una película en la que debuta Fernán Miras como director que tiene locaciones marplatense y una fuerte presencia de actores locales.
por Paola Galano
Algo de los trazos que pintaron al viejo personaje de Tanguito, desdibujado y solo y guardado ya en un sucio hospicio porteño, queda en este Manfredo Doméstico, rol en el que Fernán Mirás demuestra su ajustada madurez actoral, veinticuatro años después de la celebratoria Tango Feroz. Lo hace en “El peso de la ley”, actualmente en cartelera. Se trata de un trabajo cuidado, impactante, puesto que el personaje en cuestión no emite palabra. Como salido de un bosque oscuro, más misterioso que mágico, Manfredo vive en un terreno pre-lenguaje, aislado, rutinario y empobrecido. Con apenas más herramientas -apenas, anótese: una familia, una casa- El Gringo parece compartir esa pertenencia arcaica, de humanos encerrados en sí mismos que habitan un pueblo perdido a finales de los años ’80, zona de policías superpoderosos y prejuicios de todo tipo.
El Gringo recae en el marplatense Daniel Lambertini, actor de larga trayectoria en el ambiente teatral local. Y nunca se queda atrás: de nuevo pocos diálogos y una caravana de muecas y gestos comunican ese tremendo mundo interior que parece quemarle.
Entre ambos sucede lo que, al parecer, es un hecho doloso. Y esa anécdota le sirve a Mirás, quien debuta como cineasta, para poner en duda el concepto de justicia. ¿Son justos quienes imparten justicia? ¿Es justo el sistema que juzga a los sospechosos? ¿La vara con la que se juzga a los pobres es la misma con la que se juzga a las personas de clase media o alta? ¿Hay delincuentes de primera y delincuentes de segunda? ¿Qué subyace detrás de cada abogado o fiscal que busca ganar un caso?
Más cerca de la antiheroína que de la abogada estrella, Gloria Soriano (Paola Barrientos) quiere honrar su trabajo. Defensora del acusado, no duda en internarse en ese mundo perdido de Manfredo y El Gringo para intentar entender qué pasó. Vulnerable, chiquita, más realista que idealista, la abogada tiene tanto sarcasmo como ovarios. Y se atreve a desafíar a la fiscal, personaje de María Oneto. Que no es otra cosa que desafíar a la autoridad, a la profesora que admiró, a la mujer que le enseñó por qué creer en el Derecho. Y en el medio, el juez, papel que desempeña Darío Grandinetti. Un juez refinado, aburguesado, tan amigo del poder.
“El peso de la ley”, recientemente estrenada, es un filme cercano para el marplatense. Además de estar inspirada en un caso real que pasó por los tribunales locales y de tener coautoría de Roberto Gispert (poeta, escritor y abogado de esta ciudad), la historia transcurre en el palacio comunal y está sostenida por fuertes interpretaciones de actores que residen en estas costas (Andrés Zurita, Daniel La Rosa, Eduardo Santamaría, Joni Monra Palacios, Agustina Gioe, Silvia Aragón, Ale Borges, Nerina Sobol, Leo Montferrand y Vitto Mancini). Para que quede claro que la materia prima artística vernácula puede competir con los intérpretes más renombrados de la Argentina, un hecho que aún no es reconocido por quienes gestionan las áreas gubernamentales pertinentes.
Pocos personajes, una historia sencilla pero de profundo planteo ético aparecen en “El peso de la ley”, que también registra momentos de humor y de gran belleza visual. Notable es el contrapunto que Mirás realiza entre los planos generales y aéros de una naturaleza fría y boscosa con los primeros planos de los actores, cada uno convertido en rehén de sus propias oscuridades y en guardián de sus verdades a medias.