La escritora más prolífica de la historia literaria de Estados Unidos, y acaso del mundo, se llama Joyce Carol Oates (1938, Lockport). Ha publicado casi cincuenta novelas, cuatrocientos relatos, una docena de ensayos, dramaturgia, poemas. Parece imposible que los argentinos que no leemos ficción en inglés podamos afirmar a ciencia cierta que conocemos su obra; que podamos redondear una opinión lindera a la verdad. Estamos a merced de una traducción con cuentagotas, y, como siempre ocurre, de versiones buenas y malas. El sello Alfaguara trae ahora una seductora colección de cuentos que ha enaltecido a revistas estadounidenses y que, en un par de casos, ha generado controversia. El libro es recomendable, pero no para toda clase de lectores. Una Alice Munro de segunda categoría que juega a ser la némesis de la egolatría masculina.
La química (ardiente) de los sentimientos es la ecuación fundamental del libro. “¡Es tan arriesgado querer a otra persona!”, establece en la página ciento ocho una mujer devastada por la quimioterapia y las infidelidades del marido. “Como arrancarse la piel. Exponerse sin defensa al aire y a todo tipo de infecciones”, se lamenta. Las heroínas suelen ser damas de mediana edad que lidian con la amargura de la soledad, exitosas en su trabajo, empero. “Es de locos ser vulnerables como lo son las mujeres. Nada se merece tanto sufrimiento”, cavila la señora Mickey. No obstante, se admite con pesar que una existencia dedicada exclusivamente a la profesión “no tiene en realidad ningún sentido, sin la vida interior, íntima”.
En la primera y segunda parte del volumen, pues, un interesantísimo tema de meditación es la propensión femenina a permitir ser humilladas por hombres más poderosos. Es el caso de una poetisa que, mientras su padre agoniza a mil quinientos kilómetros de distancia, acude a una vieja ciudad en la orilla del Mississippi para enamorarse del adúltero presidente de una universidad local y cazador desde siempre. O la ex alumna que accede a practicarse un aborto en una clínica rural de Wisconsin (el procedimiento es tremendo; el aborto siempre es un trauma) porque su amante, el prestigioso profesor, no la quiere lo suficiente como para tener un hijo con ella. Oates denuncia sin estridencias la hipocresía de cierto tipo de intelectual progresista, rápido para respaldar las buenas causas, pero al mismo tiempo un verdadero canalla con sus mujeres.
Si de falsedades se trata, la aristocracia de Nueva Inglaterra recibe una tunda en “Cosas que quedan atrás, de camino hacia el olvido”, una sucesión de equívocos que sellan la muerte de una chica filipina adoptada por una distinguida familia WASP.
“Sexo con una camella, por otro lado”, demuestra la legendaria capacidad de la gran dama neoyorquina para hacer literatura con cualquier anécdota trivial. Un adolescente acompaña a su abuela a realizarse una cirugía ambulatoria. Se escuchan dos o tres chistes muy buenos. Y hay una ausencia sugerida (he aquí la clave del cuento) y ominosa flotando en el aire. Las penurias de la salud quebrantada es otro de los temas favoritos de Oates. Sabemos todos de qué se trata. Jugamos felices y despreocupados en la playa, pero en la maleza se ocultan las enfermedades y las lesiones graves para saltarnos a la garganta. Lo llamamos destino.
FANTASMAS
En el tercer tramo del libro, la autora de Carthage coquetea con la literatura fantástica. El espíritu de un chico despedazado en un accidente protagoniza “Santuario, al borde de la carretera de Forked River”.
Aquí el costumbrismo se enfoca hacia la ausencia de futuro de los hijos de la clase trabajadora de la costa de Jersey, otro enclave de la decadencia americana. Al parecer, después de la muerte también maduramos. “Los payasos” y “Traición” -como los buenos relatos de Henry James- admiten una doble interpretación. Los protagonistas están chiflados o hay un elemento sobrenatural en la trama.
Llegamos al cuento que le da nombre al volumen y que cuando fue publicado en Harpers generó una amarga polémica mediática. “Mágico, sombrío, impenetrable” es una prodigiosa invención que revive a una de las glorias de la poesía estadounidense para hacerlo picadillo en nombre del amor filial. Una joven periodista, de apariencia inocente, virginal, logra lo imposible: desquiciar al anciano Robert Frost.
La turbulencia de la insidiosa entrevista realizada en 1951 -de la nada se desata un huracán- crea una tensión casi insoportable. La decrépita e inútil antinomia entre arte y vida infame del artista (“emisario de lugares oscuros”) entra en escena. “Poesía es lo que se pierde en la traducción”, sentencia Frost. Buen punto.
“Parricidio”, el último cuento, consume la friolera de ochenta y siete páginas. También evoca la obra y la existencia de un león de la literatura devorador de mujeres (la autora admite que se inspiró en Saul Bellow) , pero con un nombre ficticio. La narradora es su hija tan ejemplar como atribulada.
El interés que despiertan cada una de las trece historias hacen que la ordinariez de la prosa de Oates sea un dato intrascendente. La intensidad de las emociones eclipsa los clichés, redundancias, tendencia al melodrama y al estereotipo. Felizmente, casi todos los relatos son extensos, suelen narrar una vida entera, van y vienen en el tiempo. Y, como se dijo, están compuestos en clave de costumbrismo que va al hueso del alma estadounidense y de la condición humana: amor, trabajo, arte, salud, vida familiar.