CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 6 de junio de 2017

“56”, confesiones personales más anécdotas de Jorge Lanata

LA CAPITAL publica un fragmento del libro del periodista, editado por Sudamericana. Contado en primera persona, combina aspectos turbulentos de su vida con otros vinculados a su larga carrera en los medios de comunicación.

“Soy adoptado. Lo sé desde hace pocos meses. Tenía cincuenta y cinco años cuando me enteré. Toda mi vida pensé que mi vínculo -¿mi necesidad?- con el periodismo tenía que ver con una enfermedad de mi madre, víctima de un tumor cerebral que lesionó su centro del habla: ella no podía hablar. Mamá no podía responder, yo preguntaba. Ahora sé que ella no era ella, o sí lo era pero de otro modo, y que mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida. Si “ellos” no eran ellos, yo ¿era yo?

La pregunta es idiota. Lo primero que pensé cuando lo supe es que las largas manos de pianista de Bárbara, mi hija mayor, no venían de las manos de mi mamá. Hasta este momento, en que lo saben miles, cinco o seis personas supieron de mi condición: Sara, Bárbara, Margarita, Andrea, Martín y Patricio. Releo estas líneas y es evidente un tono trágico que no me empeño en darles: ese tono esta noche vive en mí. No sé cómo podría ser para ustedes descubrir, en plena madurez, que muchas de sus respuestas se convierten en preguntas: la mayoría de ustedes saben de dónde vienen; yo me pregunto, ahora, cómo hubiera sido lo que no fue. En mis últimas décadas de periodismo hemos tirado ministros, hemos llevado decenas de casos a la justicia, hemos investigado como muy pocos lo hicieron. Sin embargo, no sé sinceramente si en mi caso vale la pena buscar: la mayoría deben estar muertos. Tal vez, finalmente, sea yo quien viene de ningún lugar, o, para decirlo de otro modo, sea el camino que fui. Son los libros quienes deciden lo que serán y nunca los autores quienes les imponen un destino; cuando es la conciencia lo que fluye, no se elige. Sé que no es normal comenzar una antología periodística con una confesión personal, pero no podría escribirla de otro modo. Soy adoptado, acabo de enterarme, desde entonces en mi cabeza no hay verdad para otra cosa. Evitar este dato echaría sombra sobre todos los demás. Esto soy ahora, nacido nuevo de preguntas.

***

Un porteño del cine del cuarenta. Eso parecía Juan Gelman; un personaje de Amadori o de MogliaBarth, de esos que se vestían con corbata para ir al trabajo: pelo engominado, camisa blanca demasiado usada, corbata oscura. Era bastante alto, de modales suaves y su voz no tenía relación alguna con su cuerpo; su tono de voz, en verdad: hablaba muy despacio y con cierta ternura. Era difícil adivinar en él al oficial montonero que, en plena dictadura, aún usaba el uniforme para reunirse en París con un igual. Ya era, cuando lo conocí, el poeta vivo más importante de la Argentina a la que no podía volver. Ahora se discute, como si fuera una cucarda revolucionaria un poco trasnochada, quién lo trajo al país. Un profesor de la Facultad de Periodismo de La Plata, Alberto Moya -que en su blog se define como “el mejor de Berazategui” y reproduce una serie de notas en las que aparece citado-, planteó una polémica con respecto a si Gelman había vuelto al país gracias a Verbitsky o a mí, y que Horacio le había dado trabajo a Juan en el diario. Es difícil de creer que Horacio, un columnista, haya tenido el poder de tomar esa decisión, o que hubiera autorizado las decenas de solicitadas gratuitas que el diario publicó durante años en pos de la vuelta de Gelman, o que hubiera tenido la representación para adherir en nombre de Página/12. En cualquier caso, el diario hizo todo lo posible por el retorno de Gelman.

Gelman volvió, se le cubrieron sus necesidades económicas poniéndolo a cargo del suplemento de Cultura y se lo apoyó activamente en el reclamo por la aparición con vida de su hijo Marcelo, detenido y trasladado durante la dictadura a Automotores Orletti. En 1989 el cuerpo de Marcelo fue encontrado dentro de un tambor de doscientos litros relleno de cemento y de arena, exhumado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. La noticia había trascendido a mitad de la semana pero aún no era oficial. Llamé a Juan para confirmarla y pedirle, a la vez, un texto para la contratapa de aquel domingo, cuando el cuerpo sería enterrado. Sin mucha explicación, me dijo que no quería escribir. Llamé entonces a Verbitsky, su amigo, para que lo convenciera. Fue en vano. Era inverosímil que, después de toda nuestra historia común, Juan se negara. A la vez, el diario no podía ocultar la noticia ni dejar de darle despliegue. Volví a rogarle que lo hiciera y entonces me contó la verdad: iba a dar, el lunes, una conferencia de prensa para corresponsales extranjeros.

-No quiero quemar la primicia -me dijo. No podía creer lo que escuchaba. Escribí entonces la contratapa de aquel domingo 7 de enero de 1990. Mi enojo era tal que en ningún momento menciono a Juan. Algo difícil, porque era su hijo al que enterraban. En un párrafo me refiero al “padre de Marcelo”, sin nombrarlo.

***

Lo que recuerdo de aquel día es el viento, y el ruido del árbol. Y después la radio, que hablaba de un ataque terrorista al regimiento de La Tablada. “Hay mujeres”, dijo alguien en la radio. Tomaban ese dato como la confirmación de que no era una de las tantas crisis militares de Alfonsín. Después comenzaron a aparecer nombres conocidos: un grupo del MTP había intentado tomar el cuartel. Entre los atacantes había un cadete del diario. Hasta ese momento la relación del MTP y el diario era básicamente financiera; cada tanto el abogado Jorge Baños o el sacerdote Puigjané escribían alguna columna. Nunca, en aquel año, discutí periodismo o política con ellos. Varios ex integrantes del ERP estaban en la empresa: Hugo Soriani, un ex vendedor de camisas Chemea que manejaba la administración con Alberto Elizalde -aquel que se apropió de la marca-, Julio Mogordoy, en la distribución. Un abogado de trayectoria mediocre que con los años se creyó William Randolph Hearst, Jorge Prim, había entrado al directorio por amistad con Francisco Pancho Provenzano y luego el propio Sokolowicz, entre todos -básicamente Soriani y Prim- manejaban los aportes. Nadie pensó que algo así podía pasar. Escribí el 24 de enero, al día siguiente, lo que aún sigue siendo mi hipótesis de lo que en realidad pasó: o locura autónoma del grupo o una operación de inteligencia del Ejército, al que le servía reavivar viejos fantasmas. El Informador Público y otros medios vinculados a los servicios comenzaron a publicar notas en las que se nos adjudicaba la “autoría ideológica” del hecho. Aquellas noches fueron una sola: Sokolowicz y yo nos mudábamos de hotel en hotel. Alberto Dearriba, nuestro cronista en el Congreso, me citó entonces en La Biela con un mensaje: el Ejército nos quería ver.

-Mañana, en La Plata -dijo. A Fernando y a mí. “Pero me dicen que si tienen una sola mancha no vengan, porque no salen”. A la mañana siguiente Juan Carlos “El Chueco” Mazzón, un operador político de Manzano, nos llevó hasta una base de inteligencia militar. Nos atendió un coronel de apellido italiano. Sokolowicz y yo frente al escritorio del coronel, Mazzón detrás de nosotros. En esos momentos de tensión, por increíble que parezca, mantengo la tranquilidad: era como un juego de inteligencia. El coronel bromeaba. “Debe ser un amigo torturador que tengo”, decía, antes de atender una llamada. Tenía un sobre con decenas de fotos de La Tablada, me las exhibía preguntándome a quiénes conocía. La mayoría eran fotos de cadáveres irreconocibles. Cuando reconocía a alguien, el diálogo seguía: -¿Y cómo se conocieron? Y así. Sokolowicz estaba enmudecido. Estuvimos allí poco más de una hora. En un momento el coronel se levantó y nos acompañó hasta la puerta del despacho: “Esta no es una confesión en la que yo soy un cura que los absuelve”, me dijo, estirando la mano para saludar. “Por otro lado, Lanata, usted sabe que la institución le ha hecho la cruz””.



Lo más visto hoy