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Cultura 28 de julio de 2024

22 cartas extraordinarias de María Negroni: un homenaje literario a la biblioteca de la infancia

La autora de “El corazón del daño” reúne correspondencias apócrifas de los narradores que la fascinaron en su niñez para reflexionar acerca del oficio de la escritura. Una joya literaria que condensa en pequeños artefactos perfectos la vida y la obra de autores como Charles Dickens, Louisa May Alcott o Lewis Carroll.

María Negroni (Rosario, 1951) ha publicado poesía, novelas, ensayos y otros de difícil clasificación, como “Ciudad gótica”, “Museo negro”, “El testigo lúcido” y “Galería fantástica”. / Foto: Alejandra López.

“Cartas extraordinarias”
María Negroni
Buenos Aires
Random House
Julio 2024
143 páginas

Por Rocío Ibarlucía

María Negroni nos tiene acostumbrados a textos de una belleza inusitada, como su poemario “Archivo Dickinson”, su última novela “El corazón del daño” o su ensayo “Elegía Joseph Cornell”, de difícil clasificación, como gran parte de su estética que apuesta por la hibridez. Terminar uno de sus libros suele motivar la lectura o relectura de otros autores de la tradición literaria con los que ella alimenta su escritura.

“Cartas extraordinarias” no es la excepción. Se trata de un exquisito volumen de 22 correspondencias apócrifas de autores que, en su mayoría, formaron parte de la colección Robin Hood. Aquellos libros de tapas amarillas marcaron la infancia de tres generaciones argentinas con novelas como “Mujercitas”, “Jane Eyre”, “Alicia en el país de las maravillas”, “Robinson Crusoe” o la saga de Tom Sawyer de Mark Twain.

Estas obras también habitaron la primera biblioteca de María Negroni, por lo que la propia autora reconoce en el prólogo que están en su ADN literario. Además, se dio el lujo de agregar a tres escritores que no integran esta colección pero han sido fundamentales en su juventud: Mary Shelley, Edgar Allan Poe y J. D. Salinger.


Desde 1941 hasta 1992, la colección Robin Hood, de la editorial Acme Agency, publicó más de 200 novelas que despertaron la imaginación de niños y jóvenes argentinos.

Desde 1941 hasta 1992, la colección Robin Hood, de la editorial Acme Agency, publicó más de 200 novelas que despertaron la imaginación de niños y jóvenes argentinos.


Las cartas inventadas por la autora rosarina son, en sus palabras, “cuidadosamente falsas”. Ninguna existió realmente, aunque algunas son más probables que otras. Ciertos textos son imposibles debido a anacronismos, como Carlo Collodi agradeciendo a Paul Auster por incluir “Pinocho” en la buena literatura, o porque son escritas por personajes a sus autores, como Heidi a Johanna Spyri, o a la inversa, como Mark Twain a Huckleberry Finn.

A pesar de su carácter ficcional, esconden verdades, porque la imaginación de Negroni parte de una lectura profunda de sus biografías, sus textos y de los contextos históricos y sociales. La amplia experiencia de María Negroni en la literatura y la academia explica cómo pudo emprender, con destreza poética, este viaje a los grandes escritores del siglo XIX. Doctora en Literatura Latinoamericana, directora de la Maestría de Escritura Creativa en la Untref, becaria Guggenheim en poesía y ganadora del Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI, Negroni compone 22 cartas extraordinarias para hablar del oficio de escribir a través de las voces de los autores que marcaron su infancia. Y lo hace con la precisión de una crítica, docente, traductora, ensayista, poeta, narradora y sobre todo como lectora que desea rendir homenaje a su primera biblioteca.


"Cartas extraordinarias" fue publicado originalmente por Alfaguara en 2013 y relanzado este julio de 2024 por Penguin Random House.

“Cartas extraordinarias” fue publicado originalmente por Alfaguara en 2013 y relanzado este julio de 2024 por Penguin Random House.


Si bien en cada carta aborda el estilo y las preocupaciones particulares de cada autor, hay un tema común a todas: la escritura. Un asunto que obsesiona a la poeta argentina, como se ve en cada una de sus publicaciones. Las reflexiones literarias que Negroni atribuye a los autores van desde el costo emocional y material de ser escritor hasta las complejas relaciones entre la escritura y el dinero, el amor, la orfandad, la soledad, la identidad y la vida.

Uno de esos hilos que entretejen a estas cartas es la dificultad de equilibrar la escritura con la vida cotidiana. “Hay que someterse a un ritmo draconiano, estudiar sin pausa, privarse de las juergas y de todo esparcimiento, temer la soledad y buscarla y, lo que es peor, recomenzar cada noche la ciclópea tarea de perderse. Y eso, sin descuidar un instante la vida de los hijos, el pago de las cuentas, las quejas y reclamos de amigo y extraños, y el sinfín de obligaciones que el más trivial de los hombres enfrenta cada día”, puede leerse en la carta de Charles Dickens a su editor, en la que defiende con orgullo su literatura popular.

Otro problema que aqueja a los escritores en las cartas de Negroni es el dinero. Quizás la carta más desesperada en ese sentido sea la de Edgar Allan Poe, quien despotrica contra su mentor por abandonarlo económicamente. Por eso, le reprocha estar escribiendo en la mayor indigencia, vagando por las calles de Nueva York, donde debe lidiar con personajes que “parecen salidos del hampa de la literatura universal”.

J. D. Salinger, en una misiva dirigida a su exnovia Oona O’Neill, expresa, además de la necesidad de recluirse en un búnker con su máquina de escribir para evitar distracciones y pérdida de tiempo, otro costo de ser escritor: los críticos, esa “casta de alacranes con orejas de lata”.

Louisa May Alcott también se enfrenta a la presión de la crítica moralizante de su época, al punto de publicar bajo seudónimos y describir la escritura como un “vicio clandestino”. Estas reflexiones aparecen en una carta que dirige a Emily Dickinson, en la que le pregunta cómo ha sido su experiencia con la escritura.

Esta es una de las cartas que no existieron pero que podrían haber sido, dado que ambas vivieron a poca distancia (Concord y Amherst, ambas en Massachusetts) y fallecieron con dos años de diferencia (Dickinson en 1886 y Alcott en 1888). Además, tuvieron un contacto en común, el filósofo y poeta Ralph Waldo Emerson, quien mantuvo correspondencia con Dickinson y era íntimo amigo del padre de Louisa. Por estas coincidencias, no hubiera sido extraño que a la autora de “Mujercitas” le llegaran unos poemas de Dickinson, como imagina María Negroni.

Alcott comienza su carta transcribiendo unos versos de la poeta de la naturaleza que la conmovieron: “Me encierran en la Prosa— / Como cuando de niña / Me encerraban en el baño / Para tenerme quieta—”. Esta estrofa despierta en Alcott la necesidad de reflexionar con alguien de su edad sobre “la terrible cuestión de la escritura”.

Esta adjetivación revela una definición de escritura que sobrevuela a gran parte de las cartas extraordinarias de Negroni: la escritura es a la vez fascinante y terrible, luminosa y oscura, libre y opresora. Porque a pesar de las satisfacciones que puede generar en los autores el oficio de escribir, a pesar del éxito o el reconocimiento, muchas veces es a costa de una vida solitaria (Salinger), de “rutinas monacales” (Verne), de “perder mi voz” (Alcott).


Foto: Alejandra López.

Foto: Alejandra López.


Las vidas atormentadas por las relaciones de la escritura con la soledad, la muerte, la orfandad y la tristeza también atraviesan las reflexiones de Mary Shelley. En una carta escrita desde Villa Diodati, la histórica mansión en los Alpes suizos donde escribió “Frankenstein” en 1816, se dirige a su madre fallecida tras su parto. Pero la escribe veinte años después de esa famosa reunión de poetas para decirle que desde la creación de su monstruo, su vida ha sido un cúmulo de tragedias: perdió a sus bebés, su padre, su hermana y su esposo. “Me volví la autora de mis propios males. Quedé condenada a leer el relato de mi desventura, como si yo misma fuese mi propio vampiro”, lamenta Shelley, dando otro testimonio de cómo la escritura le ha traído desgracias.

En “Cartas extraordinarias”, María Negroni logra, como nos tiene acostumbrados con su poesía, condensar en la miniatura, en estos pequeños artefactos perfectos que son sus cartas, las vidas, las obras y las maneras de percibir el mundo y la literatura de sus escritores favoritos. Con cada cita oculta, anécdota encubierta o reflexión estética, invita a revisitar los clásicos, llevándonos de regreso al País de Nunca Jamás. Y se atreve a arrojar una nueva perspectiva sobre aquellos textos que nos formaron, al desarmar la inocencia con que ingresamos a sus mundos imaginarios para mostrarnos que detrás de ellos, hubo personas que sufrieron los costos de escribir.