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28-06-2009

A veces, a las urnas las carga el diablo

por Jorge Raventos

Al  ingresar en su decisivo domingo electoral, Argentina se acerca, quizás,  a un umbral de sinceramiento. Es posible que desde la misma noche del domingo comiencen a registrarse realidades que durante un tiempo largo fueron  barridas bajo la alfombra con distintas excusas (que terminaban  confluyendo en un motivo  central: eran incómodas y se consideraba contraindicada su revelación  para el objetivo principal de  atravesar con aire de victoria el desafío de las urnas).

¿Se conoce, por ejemplo, toda la verdad sobre la dimensión que alcanza en nuestro país la llamada gripe porcina? Es probable que sólo cuando se haya atravesado la prueba del cuarto oscuro, los argentinos nos enteraremos  de que la  peste  ha avanzado más de lo que se reconoce oficialmente.  De hecho muchos familiares de víctimas fatales de ese mal recién son informados de lo que sus seres queridos padecían  en el mismo instante en que se  les comunica su fallecimiento. Lo que es lo mismo: hasta ese momento no figuraban en la estadística oficial de  enfermos de la  insidiosa gripe. ¿Cuántos se encuentran en esas condiciones?

Es probable asimismo que, con los comicios atrás y las cifras sinceradas, se declare la emergencia sanitaria. Y también que otra persona se haga cargo del Ministerio de Salud en lugar de Graciela Ocaña, superada por los compromisos políticos tanto cuando debió afrontar el dengue como ante el virus A H1N1.

El mismo domingo por la noche se podrá  testear el acierto o el error de las consultoras de opinión pública, la veracidad de sus vaticinios. Se  podrá tener una idea de cuántos legisladores menos integrarán el futuro bloque oficialista y qué hemorragia de votos sufrió el kirchnerismo desde aquel 45 por ciento que obtuvo 20 meses atrás, en octubre de 2007.

Habrá que ver, sin embargo, si  el mismo 28 de junio o al menos el día siguiente la sociedad contará con datos ciertos e inequívocos sobre el resultado de los comicios en la provincia de Buenos Aires. No se trata de un distrito más: allí es donde decidió jugar su suerte Néstor Kirchner y son muchos los que -aliados o adversarios- se muestran convencidos de que el esposo de la Presidenta está dispuesto a cobrar cara su derrota (o, si se quiere, a comprar caro su victoria).  Es el territorio bonaerense sobre el que más se ha especulado con sospechas de irregularidades.  "Instalar la idea de fraude es una irresponsabilidad",  se encrespó el ministro de Interior Florencio Randazzo, consciente de las generalizadas prevenciones. Antes de eso, en el programa de cable que conduce Joaquín Morales Solá, el mismo Randazzo había argumentado que nadie podría culpar al gobierno, ya que  "los comicios están a cargo de la Justicia Electoral". La Cámara Nacional Electoral, como si previera problemas, salió al ruedo para responder y advertir:  será el Ministerio de Interior -puntualizaron  los magistrados- el que tendrá a cargo "la organización, desarrollo y difusión del cómputo provisional" de la elección y  la justicia electoral tampoco tendrá "ninguna participación" en  "el diseño, planificación, organización, procesamiento, cómputo y difusión de los resultados". Como para que no quedaran dudas sobre el motivo de sus inquietudes, los miembros de la Cámara evocaron en su  acordada " los problemas denunciados en las últimas elecciones", que aunque no llegaron a poner "en duda la legitimidad de las elecciones"  constituyeron  "infracciones al Código Nacional Electoral". Los jueces  agregaron que "en reiteradas oportunidades" habían  planteado "la necesidad de que se estudiasen posibles adecuaciones normativas que fortalezcan la calidad y la transparencia de los procesos electorales y eviten la reiteración de situaciones" como las que fueron denunciadas en los comicios anteriores, pero que  "lamentablemente los poderes políticos no han atendido estos requerimientos".

Los párrafos de la acordada judicial inducen a suponer que los magistrados temen que  los episodios  revelados veinte meses atrás se repitan (o se multipliquen) esta vez, y quieren  establecer sin  que haya margen para la confusión  de quién no es la culpa y dónde se centra la responsabilidad.

En rigor, en el ámbito judicial se recela de que una situación de extrema paridad como la que han registrado las encuestas en la provincia de Buenos Aires, acompañada por episodios equívocos, demoras informativas y denuncias generalizadas, termine endosando a los jueces el veredicto final sobre el resultado de los comicios, como ocurrió en Córdoba en 2007 o como sucedió en Estados Unidos, en el estado de Florida, en  aquella célebre final presidencial entre George W. Bush y Al Gore.  Se trataría de una situación dramática: no sólo porque revelaría que hubo maniobras  inauditas en el procedimiento electoral y porque convertiría a los tribunales en árbitros de lo que debe zanjar limpiamente el sufragio, sino porque  indudablemente suscitaría una atmósfera política de inquietud e insatisfacción ciudadana.

En el oficialismo algo intuyen: cuando Luis D’Elía y Carlos Kunkel  -dos importantes mosqueteros de Néstor Kirchner-  llamaron a los suyos a manifestar en la Plaza de Mayo el 28 al atardecer, lo que  querían prevenir era que, en caso de denuncias de fraude, marchas de caceroleros rodearan la Casa Rosada. Desde Olivos tocaron a retirada después de que la amenaza movilizadora  tomó estado público: una marcha convocada  supone compromisos; si en definitiva acude poca gente, se cuenta como un fracaso. En cualquier caso, la advertencia ya había sido esgrimida: los grupos  organizados del kirchnerismo prometen pelea a quien quiera denunciar fraudes  ante la sede del gobierno.

¿Terminarán estos comicios de medio término convertidos en  un escenario de tensión extrema? Podría suponerse que esa ominosa perspectiva está alentada por la paridad que  se prevé que  dictaminen las urnas. Una diferencia de uno a tres puntos entre el primero y el segundo es susceptible de ser sospechada o discutida; cuestionar una distancia mayor se vuelve mucho menos sostenible ante la opinión pública.

Pero lo cierto es que si hay sospechas y preocupaciones no están centradas exclusiva ni principalmente en una situación de eventual paridad numérica.  En la provincia de Santa Fe se vaticina una elección muy  pareja entre Carlos Reutemann y  el socialista Rubén Giustiniani y son  pocos los que  visualizan aquelarres santafesinos.

La mirada está puesta en la provincia de Buenos Aires porque  la paridad allí afecta personalmente a Néstor Kirchner quien, después de forzar la movilización de todas sus tropas y de convocar en su ayuda a personalidades con prestigio y capital político propio, puede ser derrotado por  un diputado nacional de extracción empresarial  que seis meses atrás  no  era detectado por la opinión pública.

Ya el empate es una catástrofe para Néstor Kirchner. Una derrota  sería inadmisible y se sumaría al retroceso que sus fuerzas sufrirán en el país en términos de votos y de representación legislativa. Resultado inevitable: Kirchner no sólo se encontraría ante el fin de su ciclo, también se vería incapacitado para  elegir los modos de su retirada.

Acostumbrado a  gobernar con pocos límites, Kirchner no puede hacerse a la idea de un epílogo de impotencia como el que surgiría de una derrota. Esa es la razón que  pone en  el comicio bonaerense  tanto dramatismo.