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28-04-2013

Roberto Cova y la aventura de historiar

Arq. Roberto Cova.- Variaciones marplatenses sobre la Casa Chorizo y otras historias.- Diseño y maquetación general, José Luis Baute.- Ilustración de tapa, dibujo del autor.- Prólogo, arquitecta Graciela Di Iorio.- Colaboración en: selección, recopilación y organización del material, Elena G. de Herrera; en registros fotográficos, Luis S. Verona.- Impreso Gráfica Armedenho.- 279 páginas.

Por Pedro Leguizamón

Otra novedad editorial está entregando en estos días el arquitecto e historiador Roberto Cova. Esta vez es para invitarnos a un desplazamiento placentero por el territorio de las casas de la gente, especialmente la tan argentina variante que conforman las “casas chorizo”, el universo de esa “tipología arquitectónica desarrollada en nuestro medio pampeano así como en el resto de la Argentina”, según apunta en el prólogo la arquitecta Graciela Di Iorio, para quien esta obra “ofrece aportes originales para la comprensión de los procesos urbanos de Mar del Plata” y “brinda una interpretación de la evolutiva catastral marplatense con las particularidades de su traza, lo que permite vislumbrar cómo esa conformación da paso” a la vivienda de que se ocupa el historiador marplatense.

Este libro, generosamente ilustrado, bien pudo haberse titulado “Aventuras en la tierra de las casas chorizo”, o algo parecido, por el tono coloquial y narrativo en que está escrito, pero el título puesto en su tapa, casi fríamente científico, está en perfecta consonancia con la riqueza histórica y el calor humano de su contenido, que se desarrolla en cinco capítulos: “Casas de renta, Viviendas, Casas de Veraneo, Vivienda con negocios y Hoteles".

Hay al principio una dedicatoria “a la memoria de los inmigrantes que poblaron un país desierto y en las ciudades y pueblos que surgieron de la tierra, a la vera de los ferrocarriles que avanzaban, construyeron sus innumerables casas chorizo”. Al final, una lista de agradecimientos para su esposa Susana Berg, para Alicia Incio, para los arquitectos Ramiro Dell' Erba, Silvia Roma, María Eugenia Millares, Lorena Sánchez, Fabián Pulti y Adrián Pulti y para Adolfo Brodarick, Alejandro Machado, Virginia Echarren, Santiago Alonso, David Flores, Julio Guzmán, Pablo Prezensa, Diego Talbot Wright, Juan Carlos Dávila y Cristian González, “y todas las familias locales quienes, con sus testimonios verbales o fotográficos, contribuyeron a la recuperación de la historia de Mar del Plata”.

En una nota publicada en este suplemento de “Cultura” el 15 de julio pasado, Cova refirió que se fue “metiendo en el tema” a partir de algunos planos reunidos sin pausa, del conocimiento sobre la ubicación de esas casas, y de hallazgos en el archivo de la Municipalidad. En el volumen aparecen efectivamente, a través de una gran cantidad de fotografías y planos, ejemplos de esa variedad que fundamentalmente -claro que con una amplia diversidad de formatos- consistió en “habitaciones que terminaban en un corredor externo, todas apoyadas sobre una medianera, y que representan un símbolo de los hogares que habitaron las clases trabajadoras”, como dijo en ese artículo.

Una muestra de que el tema le interesó desde temprana edad, está dada en el hecho de que las primeras referencias relativamente extensas aluden a las casas porteñas donde él vivió y estudió al comenzar la década del '50, preparándose para ser arquitecto y a la vez cimentando con minuciosos apuntes su vocación de historiador. A lo largo de la vida aguzaría también su sentido crítico, su preocupación por la escritura no solamente correcta sino también estética y su capacidad de humor. Como en toda aventura en la que se sabe hacia dónde se quiere ir, se prevé el final pero no se sabe con qué se topará uno en el camino, Cova emprendió un arduo recorrido por intrincados vericuetos de expedientes, replanteó planos, acopió fotografías, escuchó historias, recordó episodios familiares lejanísimos de acá y de Europa, y reunió al fin este material que le permite a los 80 y pico de años mostrarnos estos hallazgos históricos y gráficos, estas ocurrentes observaciones, estos comentarios luminosos, que no se reducen al tema central, las casas chorizo (ya de por sí exhibiendo diferencias en dimensiones y formas según la iniciativa y los recursos de cada cual) sino que incursionan en otras variantes de edificación.

A lo largo de las 280 páginas, tras la dedicatoria y el prólogo, se desarrolla el impresionante muestrario que pone, por ejemplo, el caso de la casa del general Angel Pacheco, jefe del ejército de Juan Manuel de Rosas y, citando al arquitecto Mario J. Buschiazzo recuerda que Sarmiento afirmaba que en 1848 atraía a los curiosos un palacio en construcción con el que el citado militar dejaba de lado el modelo de azotea de un piso coronado de rejas y “levanta audazmente un bello edificio de dos pisos” en la calle Catedral, hoy San Martín, de la número 74 de la ciudad de Buenos Aires. La inquietud de Cova lo llevó a exhibir ante nuestros ojos el plano de esa construcción hecha por el arquitecto Pierre Benoit, nacido en 1836 y cuyo hijo Pedro Benoit es autor de los planos de la Iglesia Catedral de Mar del Plata (pág 33).

Es imposible desde todo punto de vista desarrollar una mención siquiera aproximada de los casos que nos propone Cova en esta entrega. Por eso, sólo estamos tratando de comunicar -en el sobrevuelo de esta aventura- aspectos de lo que en el fondo es un relato en el que aparecen nombres fundadores, incluyendo su propia prosapia de pretéritos migrantes y de remarcar que a veces -gracias a Cova- descubrimos cosas que no veíamos pese a estar viéndolas, apellidos de gente cercana a nosotros, andanzas de vecinos que marcaron su impronta en algún lugar de la ciudad y en una época, casas que tuvieron su fama, algunas que se conservan en condiciones relativas, otras que han desaparecido para dejar su sitio a nuevas realidades y expresiones urbanísticas, ámbitos que al menos merecen un recuerdo por los avatares de las personas que allí vivieron o por los destinos que tuvieron, como el edificio de Dorrego y Bolívar, donde funcionó la Escuela 16 y que luego pasó a albergar al Conservatorio Provincial de Música, según refiere el autor.

Cabe agregar que cada uno de los muchísimos casos que se presentan se acompaña con una o varias fotografías de ayer y de hoy, con los planos respectivos y con un cuadro técnico que indica la ubicación del inmueble, la identidad del propietario, el arquitecto y el constructor, el número de expediente y el dato catastral. Y como nuestro amigo es devoto de la parte íntimamente humana de la historia, aquí hay, para elegir, imágenes antañonas de personas y familias, con lo que se completa el ambiente pintado en la obra, en la que no faltan fragmentos poéticos y hasta citas de dichos de Jorge Luis Borges.

En síntesis, un libro que contiene un material de atrayente lectura y que, como decimos líneas arriba, se extiende a cuestiones atinentes a los sentimientos humanos, a los azares de las comunidades, a la observación, incluso de aspectos criticables sobre los elementos que se muestran. Por ejemplo, en la página 63 leemos: “Hay que modernizarse. Cualquiera lo puede comprender. Un frente muy trabajado, muestra de una corriente que se llamó antiacademicismo -por oposición a la remanida escuela de bellas Artes de París- era muy moderno para su tiempo. Esa corriente tuvo un gran desarrollo a fines del siglo XIX. Donati estudió en Milán y era moderno para su tiempo, pero a partir de cero, es decir, que no demolió nada para hacer lo suyo. Había que romper con el pasado, no imitarlo pero tampoco destruirlo, y aquí se lo destruyó. Volaron la cornisa, las molduras, los balcones, y la fachada se pintó de azul, que seguramente será muy apropiada para un bingo”.

En el orden personal, Cova recuerda (página 17): "Nacimos en un medio de albañiles y carpinteros artesanales, y tenemos memoria de todo tipo de herramientas y máquinas de índole diversa, desde el banco y el fogón de calentar la cola de los carpinteros hasta los andamios y los moldes de los yeseros, desde la fragua, el yunque y el martillo del herrero hasta las prensas de los mosaiquistas con su balancín de raudo girar, desde las puntas y las macetas de los picapedreros hasta las hornallas y los pisaderos de los hornos de ladrillos, desde las bateas y el pozo de la cal de los albañiles hasta las largas escaleras y la quemazón de los tachos de los pintores. Poco es lo que quedó por ver. Y no hablemos de las máquinas de vapor de los aserraderos, de las usinas eléctricas con sus poderosos volantes, ni del ferrocarril con su fuerte y ruidosa presencia”.

Algunos ejemplos

Un ejemplo de rastreo desde el comienzo hasta el final de una construcción se da al tratarse la “Casa de Alberto Dini (Hotel Dalmacia)” en página 263 y siguientes. Dice al respecto el autor: “Hacia 1910 se edifica en Rioja 2153 una casa de modelo único -que sepamos- en la ciudad. Se trata de la casa de Alberto Dini, un constructor italiano de gran capacidad, emigrado en 1897 con su esposa Marietta Tiribelli, sus padres y sus dos primeros hijos. Vinieron también los padres de Marietta y sus hermano José, Mario, Leopoldo, Domingo y Teresa. De ellos se habla en otros puntos de este trabajo. Esta casa fue sin duda la más valiosa de su barrio durante muchos años, no sólo en cuanto a dimensiones, sino también a su valor arquitectónico”.

Cova describe detalladamente esa singular edificación y evoca: “En la planta baja, el zaguán tenía un zócalo de mayólicas inglesas que recordamos muy bien dado que durante el año lectivo 1944 cursamos el primer año del colegio secundario en H. Yrigoyen al 2000 y pasábamos dos veces por día por la esquina de esa casa. Cuando se demolió, el destino de los azulejos fue la fachada de un local bailable en los pares de la calle Rivadavia al 3700, que muchos recordarán como Beethoven & Co, y más tarde cambió su nombre por Alcatraz”. En este caso, como en todo el trabajo, sitúa artística y estilísticamente el inmueble y da nombre del autor del plano que obtuvo en la investigación.

Cuando recuerda la historia de José La Cava -nacido en el barco que traía a su familia- Cova indica que “fue un personaje singular en la historia de nuestra ciudad”, menciona que los La Cava eran bañeros de la familia del presidente Figueroa Alcorta y cuenta que protagonizaron un episodio hacia 1908, cuando debieron abandonar el lugar que ocupaba su casilla, a pocos metros de la playa Bristol, pues allí se construiría el Club Mar del Plata. Hubo una gestión ante el presidente, pero el traslado debió hacerse. José La Cava, que estaba en Estados Unidos, viajó a Buenos Aires para realizar esa gestión y luego de la entrevista vino a Mar del Plata donde se quedó definitivamente. “Una comitiva lo esperaba para homenajearlo como reconocimiento a la exótica aventura que había significado su viaje al país del norte”, cuenta Cova y concluye: “Sabemos que en la ciudad hay fotografías de ese viaje que serían de gran valor para un artículo periodístico sobre el tema, pero lamentablemente no están a nuestro alcance, y lo más triste y probable es que se perderán para siempre”.

En el último párrafo sobre La Cava y las fotografías presentidas, se desprende una evidencia de la atención sin pausa de Cova sobre estos asuntos de la historia, la arquitectura y la gente de Mar del Plata, atención que deja puertas abiertas para la recepción de nuevos aportes que iluminen el conocimiento que podamos tener de nuestro pasado y de nuestro presente.

Fiel a sí mismo, por otra parte, Cova distribuye por igual elogios y críticas. De esto último hay varias muestras, como cuando al referirse a una construcción dice llanamente: “Tamaño ejemplo en pleno centro, tendría que merecer el Premio Atila, creado por un grupo de arquitectos del interior del país hace ya largos años".

Fiel también a su humor, evoca aquella famosa escultura que se llamaba, cree recordar, “El Esclavo Dacio” pero que popularmente era identificada como “El Afilador”, porque tal personaje “afilaba una cuchilla”. Esa obra estuvo en el chalet de Ventafrida, “edificado en 1909 en la esquina de Balcarce y Mitre, cuya torre de lentejuelas brilló intensamente durante mucho tiempo en las fotografías de La Perla”. La escultura fue donada a la ciudad y trasladada a la plaza España “y de allí la robaron”. Cuenta el autor que la estatua del afilador fue encontrada en un corralón donde la estaban desguazando y se la volvió a ubicar en el lugar mencionado, “hasta que la volvieron a robar, esta vez sin remedio”.

Otra perla, más sentimental, está en la página 91 y siguientes, cuando se ocupa de la plaza Mesquita, cuya lectura recomiendo. Recuerda que Matilde, una de las hijas de Pedro Luro, casada con Marcelino Mesquita, decide, en 1919, construir una casa de departamentos para alojar en verano a miembros de su numerosa familia, relata toda una historia de ese gran y calificado espacio, menciona el proyecto de un gran hotel que no se concretó, y anota: “Parte de ese emprendimiento fue una galería comercial, la primera en su tipo en la ciudad, de la que quedan algunos vestigios ocultos hoy por letreros de propaganda. En efecto, la esquina de Entre Ríos y San Martín, por la que pasaron negocios de distinta índole, termina, por la última calle, contra una medianera alta. En ese preciso punto, se ve todavía el último de los pilares de piedra que formaba parte de la balaustrada del edificio, y sobre ese pilar subsiste una de las bochas de piedra Mar del Plata, que cumple sus 86 años”. La historia de los departamentos de la familia de Matilde tuvo final de demolición a la que asistió Cova en 1964.

Una última cortesía de Cova beneficia a los lectores: el vocabulario de expresiones técnicas y populares relacionadas con la construcción, y el índice de propietarios.

Como se ve, el libro abunda en temas para ver, para leer despaciosamente, para compartir emociones, para valorar hechos deshilachados que nos llegan desde un pasado no tan remoto, y, posiblemente para formularnos algún planteo sobre dónde estamos, cómo se llegó hasta aquí y cómo hacer para mejorar o en todo caso no echar a perder lo que venimos heredando. Al volver la última página quedamos cavilando si este libro es un mensaje de historias de la arquitectura en Mar del Plata, o una invitación a meditar sobre la vida.