La Sinfónica y Richard Strauss
por Eduardo Balestena (*)
El maestro Pedro Ignacio Calderón incluyó, en el programa de concierto de la Orquesta Sinfónica Municipal del 3 de octubre la Metamorfosis, estudio para veintitrés instrumentos de cuerda solistas, de Richard Strauss (1864-1949), que por varias cuestiones requiere un tratamiento aparte.
Esta obra nunca antes fue interpretada en Mar del Plata. En lo personal, si debiera elegir tres creaciones de Strauss serían: Las cuatro últimas canciones (1948); Muerte y transfiguración (1889) y La Metamorfosis, compuesta en 1945.
Desolado por la Segunda Guerra Mundial, y, dentro de ella, por la destrucción de la Opera de Munich, donde había obtenido muchos éxitos, Strauss asumió un lenguaje absolutamente distinto al de la magnificencia sinfónica que caracterizó sus primeras dos épocas. Concibió así una obra expresionista, tendencia en boga, particularmente en la pintura, que enfatizó, más que nada durante el período de entreguerras, en la desolación y la fragmentación.
Sobre la Sinfonía Heroica
En lo que constituye todo un símbolo, Strauss toma la célula de la marcha fúnebre de la Sinfonía nro. 3, Heroica, de Beethoven y la somete a una metamorfosis, palabra ideal, porque no se limita a variarla dentro de un conjunto instrumental tradicional, sino que ese tema, en sí breve y sencillo, y con un poderoso elemento rítmico, es abordado de múltiples maneras a lo largo del Adagio ma non troppo - Agitato - Piú allero - Adagio primo - molto lento, que se suceden ininterrumpidamente.
Es clara la decisión de apartarse de todo elemento melódico y tratar al conjunto separadamente, en base a una precisa idea constructiva.
Un mosaico
Quizá podamos encontrar un antecedente de esta idea en la genial Noche Transfigurada, el sexteto de arcos de Arnold Schönberg escrito en 1899 (música de la película "Gracias por el fuego", de Sergio Renán) que si bien fue escrita dentro de una estética tonal y post romántica, a diferencia de la Metamorfosis, sí tiene en común con ésta la idea de instrumentos de cuerda que articulan separada y a la vez conjuntamente.
En esta "Metamorfoseen", se va más lejos: los instrumentos discurren en forma separada y alternan en una experiencia de politonalidad. Es sorprendente el conjunto hecho de un elemento que es el mismo pero a la vez presentado de una manera múltiple que lo transforma en un discurso distinto para cada instrumento, donde suenan a la vez cosas diferentes entre sí, pero tan conectadas que un instrumento debe sonar con una precisión absoluta respecto a los demás. La célula de la marcha fúnebre de la heroica es explotada en toda la gama de sus posibilidades, expandida, expuesta en un discurso de permanente tensión, sombrío, en ese mosaico donde por momentos, el primer violín segundo articula con el primer cello, o los segundos cellos lo hacen con los contrabajos. Estas alternancias son permanentes a lo largo de los 27 minutos que dura.
Conlleva una exigencia absoluta: las indicaciones del director no son para cada sección, sino para cada instrumento, y esa voz total que construye Strauss está hecha de un tejido de voces instrumentales cuyas relaciones armónicas son muy definidas y exigen ser subrayadas de la manera justa: cuando un instrumento hace un solo debe pasar a un segundo plano el discurso de los otros. En otro pasaje, cellos y bajos subrayan el elemento, con los violines en un lento, evanescente, tocado sin vibrato. Escuchada en vivo, con las indicaciones de Caderón, la obra es revelada en toda su intensidad, y la asumimos como un trabajo virtuoso.
Las cuerdas y sus posibilidades sonoras son tan exploradas como esa célula en la que se imbrican: por momentos es tensión absoluta, en otros, alternancia con una calma resignada. Strauss busca un efecto, la expresión de un sentimiento en cuyo fondo suena siempre la esperanza, y lo hace a través de la forma.
Esta textura de mosaico depende de cómo sean trabajados estos aspectos en una escritura donde nada puede darse por sentado (cada pasaje demanda un análisis) y donde cada elemento requiere una inflexión que está mucho más allá de las notas escritas.
Strauss, luego de explorar otros lenguajes, ha dejado algo que, también como un mosaico, es a la vez muestra de genialidad y desolación, algo que es fragmentación y totalidad y, más que nada, una búsqueda en las formas puestas a plasmar tanto a las ideas como a los sentimientos. La obra termina con el tema que se disgrega y desaparece con una delicadeza absoluta en la cual el silencio surge como suma de todas las voces.
(*): [email protected]