Los jóvenes de Balcarce que perdieron la libertad
Carlos Barboni está detenido desde fines de octubre. Se lo acusa de dos casos de abuso sexual, tentativa de abuso sexual y corrupción de menores. El fiscal sospecha de muchos hechos más.
P.J. uno de los jóvenes denunciantes.
Por Fernando de Rio
Libertad. Ese es el nombre de la plaza principal de Balcarce, un retazo cuadriculado en el centro mismo de un pueblo que supo transformarse en ciudad con el correr de las décadas. Durante la semana, o incluso sábados y domingos, pueden verse a jóvenes por allí reunirse para charlar, proyectar, recordar. Cuatro manzanas repletas de farolas, muretes, esculturas, pérgolas blanquecinas y un sentido botánico perdurable durante todo el año rodean a la rotonda en la que se erige una pirámide y en sus altos resalta la figura de una mujer. Es la República libre. Es la Libertad, esa a la que todos aspiran y que algunos ven escurrirse entre sus dedos temblorosos sin más remedio que un llanto reparador.
P.J. la perdió hace varios años en el banco de una de las pérgolas de la plaza, en la esquina de calles 15 y 16. Con la avasallante curiosidad de los adolescentes se dirigió hacia ese sitio en busca de completar un juego que un anónimo “Juan Salvador Gaviota” le había propuesto por correo electrónico. En el banco de la derecha, orientado hacia el edificio de la Municipalidad, había un regalo, justo ahí donde el asiento y la base de cemento dejaban un espacio ideal para introducir el cebo. Eran 10 pesos, un billete marrón reducido a un bollito. Cuando lo tomó supo que el juego era real, pero no que era cualquier cosa menos un juego y que en él se iría su inocencia, su libertad de ser.
Hoy P.J. tiene 24 años pero hace casi una década que quedó prisionero de aquello a lo que, según su testimonio y las pruebas que blande la Justicia, fue sometido por Carlos Alberto Barboni o “Juan Salvador Gaviota”. Es P.J. uno de los tantos -al parecer muchos- que cayeron, cuando menores, en las pervertidas fauces de quien aparentaba ser un buen padre de familia, un buen esposo, un profesor de escuela técnica divertido y un emprendedor dueño de una firma de construcción de viviendas.
Para el fiscal, se trata de uno de los mayores casos de grooming que se recuerden en el departamento judicial de Mar del Plata.
Balcarce se retuerce de asco y esconde sus arcadas de vergüenza cada vez que aparece un nuevo caso alrededor de la investigación que lleva a cabo el fiscal Rodolfo Moure. En noviembre del año pasado salió a la luz la peor de las versiones de lo que se conocía en el pueblo de antemano. Barboni, un incluido empresario de la construcción, tenía una familia constituida (con dos hijos varones y dos hijas mujeres, y una esposa) pero desde hace años mostraba un perfil que generaba todo tipo de murmullos desconfiados. Se decía que era homosexual -hasta allí, nada de qué alarmarse- y que tenía predilección por los más jóvenes. Lo decía la gente como también alguno de sus hijos, que incluso llegó a pedir años atrás que se investigaran sus extrañas conductas.
La historia de Barboni, la extraoficial, la que imaginaban muchos y habían sufrido algunos otros, tuvo su caja de resonancia en octubre pasado. Antes había sido todo silencio, toda oscuridad, pero en octubre asomaron voces, primero tenues, y luz. Fue necesario que un pacto de confidencialidad entre adolescentes se rompiera. Un chico de 16 años, M.L., le contó a un compañero de escuela que un hombre se había contactado con él por Facebook bajo el seudónimo de “Joaquín Barbarroja”. Que le había propuesto el juego de ir a buscar dinero oculto en los bancos de la plaza Libertad. M.L., sin saberlo, estaba siendo una nueva víctima de Barboni. Y Barboni no sabía tampoco que iba a ser la última.
Revelaciones
En Balcarce hay más que una plaza. Hay vida. Toda la vida que puede tener una ciudad chica, de 45 mil habitantes. Tiene el mito de Fangio, su museo, y la imponencia de la sierra La Barrosa. El ruido de los autos de carrera y el piloto de competición en cada uno de los que acelera un domingo a la tarde mientras da vueltas por ahí. Tiene la fortaleza de la papa como producto genuino y tiene su historia en las casas de portales inmensos y arquitectura de antaño. Tiene el cerro El Triunfo.
Tiene el futuro en sus chicos de edad escolar, como M.L., que les contó a principios de octubre último a sus amigos de escuela que había decidido conocer a “Joaquín Barbarroja”, aquella misteriosa persona que le había dejado ocultos 500 pesos en un banco de la plaza Libertad. El 6 de octubre, M.L. conoció a Barboni, quien lo llevó a dar unas vueltas en su Toyota Corolla.
El secreto llegó a oídos de otros compañeros y uno de ellos le comentó a su padre. Preocupado, entre otras palabras, el hombre habló con la madre de M.L.:
-Me dice mi hijo que el tuyo se está relacionando con un tipo mayor por Facebook, que le regala plata y que lo llevó a dar una vuelta en un auto Toyota. Que le dio más plata y lo intentó manosear.
La mujer de inmediato inició un control de las redes sociales de su hijo hasta que descubrió que realmente era así. “Joaquín Barbarroja” era un usuario de Facebook, con perfil falso, que había iniciado contacto a través de chats y tras hablarlo con su hijo hicieron la denuncia. El fiscal Moure, junto con personal de la DDI, elaboraron un plan para descubrir quién era “Joaquín Barbarroja” y en algunos días dieron con Barboni. El rastreo del falso perfil, el dato del Toyota Corolla y la descripción fisonómica se unieron para confirmar la identidad, aunque faltaba sorprenderlo en plena cacería.
Con sigilo y sin levantar sospechas de que la policía estaba involucrada, desde el perfil de M.L. se acordó un nuevo encuentro con “Joaquín Barbarroja” para el 11 de octubre a la tarde. Miembros de la DDI de Balcarce y de la Fiscalía Descentralizada se apostaron en proximidades del punto de reunión pero entonces sucedió algo que anticipó todo. El auto Toyota se acercó al mando de Barboni, pero en su interior iban dos jóvenes. Cuando la policía interceptó el vehículo, uno de ellos le estaba practicando sexo oral al ex profesor y empresario.
En ese banco de la plaza Libertad de Balcarce, Barboni dejaba dinero a los menores. FOTO SEBASTIAN PLAZA
Los dos jóvenes tenían 20 años, habían sido contactados por Facebook y Barboni les había pagado para manosearlos, tener sexo oral o simplemente dar besos. Ambos eran albañiles. Como esa acción no configuraba delito alguno, Barboni no fue detenido pero su casa fue allanada. Su mujer se mostró algo, no demasiado, sorprendida cuando se llevaron una computadora y un teléfono celular.
A pesar de que Barboni siguió libre, quedó notificado de la formación de una causa y, tal vez, lo más trascendente de aquel 11 de octubre fue que algunos medios periodísticos publicaron la información. Para asombro de los investigadores, las denuncias comenzaron a sucederse, entre ellas la de P.J. que al declarar ante Moure aportó un elemento de considerable importancia. “Recuerdo que en su vehículo Barboni llevaba un estuche de cuero de color marrón que contenía vaselina, guantes, un dedo de hule o de latex y lo guardaba entre la puerta del auto y el asiento del conductor”, dijo P.J. y luego amplió: “en una ocasión Barboni me invitó a su casa, me hizo pasar, no había nadie, puso la alarma perimetral, entramos a su oficina y recuerdo que tenía un locker o casillero de metal con puertas corredizas, abrió la puerta de la izquierda y levantó una tapa del piso del mueble, sacó el estuche de cuero”.
Eso bastó para que el fiscal pidiera un nuevo allanamiento y esa segunda vez la prueba que se halló fue robusta y aberrante: además del estuche de cuero había una lapicera cámara y dispositivos de almacenamientos de imágenes con varios videos. Es que Barboni tomaba registro de sus embates sexuales para luego amenazar a las víctimas con publicar los videos si lo denunciaban. Todos fueron captados en su automóvil y fueron entregados a la DDI para poder identificar a las víctimas. Dos jóvenes fueron localizados pero se negaron a denunciar y por tratarse de un delito de instancia privada, el fiscal no pudo avanzar sin el consentimiento de ellos.
De toda la vida
A Barboni le cabe, desde el punto de vista judicial, la presunción de inocencia, una ironía del sistema para muchos casos en los que no es necesario llegar a la sentencia para tener acreditada la comisión de delitos.
Tal vez haya sido todo lo informal que rodea a la estremecedora historia lo que más sustancia dejó en manos del fiscal Moure para analizar. A los dos hechos semiplenamente probados que tiene la investigación se le aunaron, poco a poco, varios más, incluso algunos de ellos registrados por la traicionera cámara de video que Barboni accionaba sin que sus víctimas lo advirtieran.
Pero en lo profundo, en la oscuridad del tiempo perdido -dejado escapar por vergüenza, usado como neutralizador y agente de olvido- resurgieron voces que atestiguaron aquel perfil de Barboni, ese que es clamor silencioso en Balcarce. Un docente de 79 años recordó que Barboni renunció a su cargo de profesor de dibujo técnico hace un lustro por ser sancionado tras dirigirse con palabras “inapropiadas” a un menor.
Barboni fue hallado en un camino vecinal de Balcarce. Había intentado suicidarse.
Otro profesor contó que a comienzos de la década del ’80 le prestó a Barboni un salón de calle San Martín y 113 para realizar un asado para alumnos. En la sobremesa Barboni se fue hasta el automóvil, regresó con un proyector y comenzó a pasar una película pornográfica. El testigo dijo que tiempo después, Barboni intentó manosear a su hijo de solo 10.
Finalmente, otro compañero de la Escuela Técnica N° 1 “Lucas Kraglevich” reforzó la reputación pervertida de Barboni al decir que “sé que llevaba a chicos al cerro de noche a ver ovnis, ya que tenía un telescopio, o los llevaba a Mar del Plata a hacer trámites o incluso les ofrecía llevarlos en su auto”.
La hipótesis del fiscal Moure es que son más de 20 las víctimas del accionar de Barboni, todos menores de edad, y de la mitad de ellos hay registros en video desde el año 2011. Se calcula que hoy tienen entre 35 y 45 años muchos de los menores que alguna vez fueron engañados por Barboni en la década del ’80 y sus testimonios servirían para reconstruir la ultrajante historia pero no para imputar los delitos por razones de prescriptibilidad. Los casos más recientes tienen, como en P.J., a adultos jóvenes menores de 30 años y se espera que tomen su coraje y denuncien.
Para liberarse. Para recuperar algo de la libertad perdida.