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La Ciudad 12 de junio de 2017

La maestra argentina que compitió en el “Nobel” de la educación

Silvana Corso formó parte de los 50 candidatos del mundo para competir por el Global Teacher Prize 2017. Impulsada por su propia historia de diversidad y un fuerte compromiso con la docencia, dirige una escuela en Fuerte Apache que da cátedra a nivel internacional en materia de inclusión.

Silvana Mabel Corso fue una alumna con trastornos de aprendizaje o al menos así se lo hicieron saber a sus padres. Frente a lo que parecía ser un panorama poco auspicioso las opciones se redujeron a dos: hacer caso omiso y seguir o aceptar el diagnóstico y buscar alternativas de progreso y desarrollo.

Afortunadamente, la perseverancia y el amor confluyeron para que los padres de Silvana desterraran cualquier chance de abandonar la escuela. Años después confirmarían que no sólo había sido la decisión correcta, sino que debería haber sido la única. Para Silvana y para todos los niños en similares condiciones.

Asentadas las bases de lo que terminó siendo su profesión y pasión: enseñar a aprender, Silvana enfrentó el desafío de ser madre.

Su hija, Catalina, nació con parálisis cerebral severa, sordoceguera e hipertonía generalizada, por lo que la situación volvió a enfrentarla a las mismas barreras en el ámbito escolar.

La pequeña falleció a los 9 años, convirtiéndose en el motivo más importante para reforzar la convicción de Silvana de compartir y concientizar sobre la importancia de hacer de todas las aulas, aulas inclusivas.

Actualmente, y tras una extensa formación en la materia, se desempeña como directora de la Escuela de Educación Media Nº2 “Rumania”, en el barrio porteño de Villa Real, cercano a Fuerte Apache y cobró notoriedad pública tras ser elegida entre los 50 finalistas al Global Teacher Prize 2017, el premio considerado el Nobel de la Educación.

Si bien no logró consagrarse ganadora, en su paso por la ciudad para impartir un seminario dedicado a la atención de la diversidad en las aulas, compartió su experiencia con LA CAPITAL y demostró, una vez más, el poder de la enseñanza.

– ¿Están formados los docentes para trabajar la atención a la diversidad en el aula?

– No, seguramente no. El profesorado te da las bases y te forma disciplinariamente y quizás sí metodológicamente para la primaria y la educación especial, igualmente, a la hora de terminar tu formación, la terminás en el aula. Ahí te inventás solito, no se está formado para el aula real porque los chicos te sorprenden todos los días. Genera el mismo desafío un chico con discapacidad como un pibe pobre o como un chico con mucha plata que viene y te mira de reojo y te dice: ¿para qué? y uno tiene que buscar respuesta para ese y para todos. ¿Tengo necesidad de formarme? sí, pero eso corresponde a la ética profesional de cada uno. Trabajamos con personas, no trabajamos con máquinas, así que sí o sí no tenemos que formar más allá del puntaje.

– En el seminario que diste en la ciudad, la mayoría de los asistentes eran de Mar del Plata, ¿compartieron el panorama actual de la ciudad en materia de escuelas inclusivas?

– La verdad es que estaban más deseosos en que les brindara herramientas. La interacción tuvo más que ver con la mirada del otro y trabajé sobre la representación del otro, no vine a hacer una crítica porque, más menos, todo el país está igual.

– ¿Considera que la inclusión en las aulas es una deuda pendiente del sistema educativo?

– Sí, por supuesto, es una deuda pendiente incluso a nivel mundial, no es un tema únicamente de nuestro país. Pero en Argentina hay una Ley de Educación que lo sostiene y la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad también lo sostiene, en el artículo 24. Llevamos años teniendo niños que quedan fuera del sistema y es un poco lo traté en el seminario, que nosotros no lo cumplimos y debemos ser responsables con la vida del otro. Claro que es una deuda pendiente, por eso recorro el país intentando instalar no sólo la temática, también compartiendo lo que nosotros hacemos en la escuela. Es algo concreto, que probamos, sabemos dónde fallamos y podemos compartir esa experiencia. A veces uno va a eventos que tienen mucha teoría pero los profesores dicen que es inaplicable. Bueno, acá está la teoría y la práctica.

– Bueno, en tu caso la práctica la llevás adelante todos los días. ¿Cómo es el trabajo en la escuela que dirigís?

– Yo trabajo en una escuela chiquita que depende del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Digo chiquita porque es una población de 530 alumnos, en el barrio más chico de Capital Federal, Villa Real, que está ubicado muy cerquita de Fuerte Apache y recibimos fundamentalmente niños de ese barrio, por lo que trabajamos en contexto a veces de abandono, atravesados por la justicia y realidades completamente diferentes. Además de trabajar, claro, con chicos con discapacidad. Es el combo perfecto de lo que es trabajar por la diversidad.

– Y la inclusión de absolutamente todos los chicos…

– La inclusión es un estilo de vida y nosotros lo hacemos posible dentro de la escuela para que después los chicos puedan salir y ser ciudadanos comprometidos con el otro, responsables y solidarios.

– Trabajar en un contexto de tanta vulnerabilidad, ¿supone desafíos diferentes?

– Es una escuela que todos los días tiene una nueva aventura porque todo lo que pudiste lograr en un día por ahí la noche te lo destruye. Una mamá no volvió, un papá lo golpeó, un hermano se emborrachó, alguien lo violó… y al otro día hay que volver a empezar, por lo que tenemos que estar entrenados para no frustrarnos y ver qué podemos hacer hoy.

– Tu compromiso también está motivado por tu propia historia…

– Yo viví la discapacidad en carne propia. Si hago esto lo hago en nombre de mi hija y los hijos de tantas otras personas que siguen vivos y luchan por un espacio. Ya mi hija no está por obviamente lo hago honrando su vida. Estoy parada de una postura que la vivo y es carne, no es muy permeable para dar posibilidad a otra mirada. Sé lo que digo, por qué lo digo y lo hago sin pelos en la lengua.

– Su aporte en la educación también es reconocido a nivel internacional. ¿Cómo fue la experiencia de ser seleccionada para el Global Teacher Prize 2017?

– La experiencia es única. No sólo por ir a Dubai que ya ese lugar en sí mismo es algo que te rompe la cabeza, sino también el hecho de estar ahí con 150 docentes de todo el mundo, porque no sólo estaban los 50 de la edición de 2017, también los de 2015 y 2016. Todos de realidades tan diversas e igual atravesados por la misma pregunta: ¿cómo hacer que a los chicos les pase la escuela, que se queden, que progresen y que la recorran exitosamente?. Y lo maravilloso del GLP Prize es que hace conocer proyectos que son sumamente replicables, proyectos que no dependen de una inversión económica, sino que buscan la respuesta en el mismo contexto donde trabajás.

– ¿Qué determinaba al ganador?

– Cualquiera podía ganar, eso era lo bueno. Estábamos todas en la misma, todos trabajábamos en contexto de pobreza y todos nos reinventábamos dentro de las escuelas para tratar de buscar una solución. Obviamente iban a medir más aquellos proyectos que tenían más repercusión en lo social y llegaban a más gente. Creo que esa la única diferencia, ningún proyecto dependía de un Estado rico porque si no uno podría pensar que lo pueden hacer porque tienen inversión. Igual ganó Canadá, pero lo importante es que se podía replicar. En cambio si valoraran proyectos que se sostienen con una estructura económica, no lo podríamos hacer.

– ¿No se podría hacer?

– No. Esto no significa que el Estado no debería invertir más en Educación, por supuesto que debería, uno hace el reclamo igual, lo que pasa es que uno no puede no avanzar, sino te hacés cómplice del Estado.