El dueño del mercado al que fusilaron en su cama
Un hombre yacía en su cama, acaso dormido, acaso borracho. Alguien se le acercó por detrás y le dio un tiro en la nuca. El cuerpo ni se modificó. Cuando lo hallaron parecía que descansaba aún. Pero lo habían fusilado.
Por Fernando del Rio
El mercado “La Curva” abría todos los días a las 8.30 y para su dueño Luis Baldusi (51) era una tortura en aquel verano de 2013. Las noches agitadas de alcohol, cocaína y mujeres sin destino le destrozaban el amanecer, lo hundían en el agotamiento en las mismas horas en las que debía estar enérgico para empezar la jornada. Y además de todos aquellos placeres o vicios, según el cristal moralista con el que se los mire, tenía miedo. Miedo de que lo mataran, de que lo robaran, de que le hicieran daño. Al “Viejo” Baldusi le costaba tormentos llegar al trabajo y eso que sólo debía bajar de la planta alta por una escalera y abrir las persianas hacia la avenida Jorge Newbery.
Baldusi había regresado de Madrid en el año 2010 y estaba separado de su familia compuesta por su mujer y sus tres hijos. En poco tiempo había pasado a ser un hombre solitario que vivía en función de su negocio, un mercado importante para el barrio “El Jardín”, allá en el sur de Mar del Plata. Era un minimercado con carnicería y verdulería subalquiladas. No estaba mal. Aunque emplazado en un sector periférico de la ciudad y con puntos calientes para el delito algo cerca Baldusi no había tenido en los primeros años la experiencia de los asaltos violentos. Había tenido más problemas con socios, inquilinos o vecinos que con ladrones. Con un socio había terminado mal. Era un agente de Prefectura que le pagó los primeros dos meses de alquiler en 2010 y luego, ante su incumplimiento, Baldusi había tenido que recurrir a un abogado para echarlo.
Baldusi no había tenido en los primeros años la experiencia de los asaltos violentos. Había tenido más problemas con socios, inquilinos o vecinos que con ladrones.
En el verano de 2013 el mercado “La Curva” seguía reportando a Baldusi dinero y algunos problemas. En la sospecha de que tenía empleados infieles radicaba la intranquilidad de “El Viejo”, como se lo conocía a Baldusi pese a sus 51 años, tal vez por su calvicie o por el deterioro que poco a poco ya empezaban a facturarle sus licencias nocturnas. Esa desconfianza hacia el personal lo había obligado a colocar cámaras de seguridad en el negocio y el temor creciente a que le sucediera algo malo -un robo, en especial por las noches- a pedir un revólver calibre 32 y tenerlo siempre cerca.
El 6 de febrero a las 8.10 de la mañana, una sobrina, que ayudaba a su tío en el mercado ese verano antes de retornar a España donde vivía, llegó a trabajar. Estaba todo cerrado y tras tocar bocina desde su camioneta y escuchar la alarma, decidió subir por la parte trasera del negocio hasta la planta alta. “Mi tío siempre se quedaba dormido. Por eso fui a despertarlo”, diría angustiada poco después al oficial de policía que tomaba nota con un cuadernito azul. En la casa aún en construcción en el primer piso del negocio la puerta estaba sin traba y la joven sobrina se asomó y le gritó a su tío que se levantara, que estaba sonando la alarma. Y bajó a encontrarse con los demás empleados. Cerca de las 8.30 volvió a subir, ya más decidida, por lo que levantó una persiana para que entrara luz. Entonces, sobre la cama, estaba su tío. Cualquiera hubiese apostado que ese hombre dormía, por la posición lateral, un brazo sobre el cuerpo y el otro sobre las sábanas. La cabeza sutilmente reposada en la almohada. Y hubiese perdido su dinero por no advertir el hilo de sangre tatuado en su cuello y el pie gélido, ese que tocó su sobrina antes de salir corriendo, bajar la escalera y decir a los gritos que su tío estaba muerto.
Miedos
LA MISMA ARMA. Los forenses que analizaron el cuerpo de Baldusi llegaron a la conclusión de que lo fusilaron, probablemente mientras dormía, con un único disparo de revólver calibre 32. Se trata de la misma arma que Baldusi ocultaba en su casa para protegerse y que, junto a un teléfono celular, fue lo único que se llevó el asesino.
“Sufrió un disparo en la región cervical izquierda que atraviesa los elementos nobles de la médula. El orificio de entrada corresponde a un disparo a menos de 50 centímetros y la víctima estaba en la posición en la que fue encontrada cuando recibe el disparo, probablemente dormida o bajo efectos del alcohol”, dice el informe pericial que recibió aquella misma tarde el fiscal Marcos Pagella. También que la muerte ocurrió entre las 22 y las 4 de la madrugada.
El estudio de la escena del crimen arrojó un panorama ambiguo que sembró hipótesis encontradas. Por un lado, sobre la mesa había un cenicero con varias colillas de cigarrillo y de dos marcas diferentes. Dos botellas de vino y tres vasos, aunque uno de ellos no parecía haber sido usado esa madrugada. El escenario era el de un encuentro amigable, como el que se sabía que celebraba con frecuencia Baldusi. Pero al mismo tiempo, los cajones de los muebles de la habitación estaban abiertos y su contenido tirado en el piso, al igual que otros en el comedor. Amigos y no tan amigos en la misma escena.
Luis Baldusi, en su foto de la cédula de identidad.
Los peritos recogieron una vaina servida calibre 9 milímetros en la terraza, pero la lógica balística indicó que no formaba parte de la secuencia asesina. Que estaba allí con anterioridad. Sí en cambio le dieron importancia a los vasos, a las botellas, a dos trozos de llaves tiradas en el piso, a un preservativo usado y a las colillas de cigarrillo. El ADN y, en especial, las huellas dactilares recogidas podrían ayudar.
¿Qué había sucedido esa madrugada y los días previos en la vida de Baldusi para que se diera semejante desenlace? La primera pista la dio una de las empleadas, quien aseguró que el día anterior a la tarde habían llegado al comercio tres jóvenes y que habían mantenido una charla con Baldusi en la vereda.
-¿No te acordás de nosotros?
-No, sinceramente, no.
-Nosotros somos a los que fuiste a apretar por el robo de Don Orione y la 35.
-Ah, ahora sí. A uno de ustedes le puse la carabina en la cabeza.
-No, no a ninguno de nosotros tres.
-Por favor, no bardeen a mi vieja. Tiene 90 años y a veces van mis hijos.
-Vos no te preocupés que nosotros somos los que cuidamos ese barrio –respondieron los jóvenes que compraron cigarrillos y se fueron.
Según la empleada, Baldusi regresó algo inquieto al negocio y le contó ese diálogo.
¿Qué había sucedido esa madrugada y los días previos en la vida de Baldusi para que se diera semejante desenlace? La primera pista la dio una de las empleadas…
Esa intensa visita ocurrida poco antes del asesinato del comerciante no fue demasiado tenida en cuenta por los investigadores. Lo que hizo desviar la mirada en las primeras horas posteriores al crimen fue el informe de las llamadas hechas por el aparato telefónico de Baldusi, aparato que había desaparecido.
Llamadas y detención
MARGINALES. Se estableció que del teléfono de la víctima se hicieron dos llamadas, una a las 2.26 y otra a las 2.28, horarios muy próximos al asesinato. El destino de la comunicación era la remisería “Sur” y en el primer contacto, la operadora mantuvo una conversación algo extraña con una mujer. La telefonista, de nombre Rosa, hizo grandes esfuerzos por obtener los datos protocolares del pedido de un remís. Solicitó a la joven el número desde el cual llamaba y la joven que parecía borracha o drogada no acertaba a decirlo bien. Le consultaba a un hombre que le dictaba .-su voz la escuchó la operadora- pero tampoco eso sirvió. No pudo entregar bien el número, ni las calles entre las que estaba la dirección Jorge Newbery al 3700. El primer llamado se cortó y en el segundo finalmente la operadora fue tolerante y envió un remís.
El vehículo licencia 211 fue al lugar y su chofer no vio a nadie. Tocó bocina y de pronto una mujer surgió entre los árboles de un terreno lindante al mercado. Llevaba una niña en brazos y un bulto algo grande. “Parecía muy nerviosa y le pregunté si estaba bien; me dijo que sólo quería llegar al lugar que le había dicho”, dijo el chofer. El viaje fue directo a una casa de Lebensohn casi Juramento, y la joven bajó y regresó 8 minutos después para pagar, sin la niña.
Poco después de lo sucedido con Baldusi, el mercado “La Curva” cerró. Hoy ya no existe más. Lo demolieron y construyeron galpones.
Esos datos y declaraciones se consiguieron en las primeras 36 horas posteriores al crimen y también que el 2 de febrero a las 7.45 una mujer llamada “Vanina” pidió un remís desde el teléfono y casa de Baldusi. El recorrido fue más complejo: primero pidió ser llevada hasta la casa de calle Lebensohn, luego a otra de Juramento y Güiraldes, de allí a Newbery y 413 hasta finalizar en una chatarrera de Gianelli y Casacuberta. La misma mujer, la misma niña en brazos, la misma marginalidad y estado de embriaguez o intoxicación por consumo de drogas.
Tras conocerse esa coincidencia, una comisión policial fue hasta la chatarrera y una joven de esas características fue avistada en la chatarrera. No se llamaba Vanina, sino Ivana. Ivana Andino. Los policías no tenían orden para aprehenderla pero igual lo hicieron y le tomaron sus huellas digitales. La defensoría oficial hizo notar que la detención fue irregular y nula.
Al día siguiente la Justicia de garantías la liberó pero ordenó allanar la casa de la calle Lebensohn, a donde Andino había ido en la madrugada del crimen. Andino no vivía allí. Era entonces una muchacha marginal, con serios problemas de droga y alcohol, que solía irse de su vivienda con su hija más pequeña. Aseguraba que su marido le pegaba y por eso acababa en la casa de la calle Lebensohn donde el dueño la recibía al igual que a otras. Allí se drogaba. Con Baldusi tenía una relación parecida. En el allanamiento a la finca de la calle Lebensohn se secuestraron teléfonos celulares y no mucho más.
Las huellas digitales halladas en una botella de vino Estancia Mendoza y en otra Don Mazza, y en un espejo de mano eran de Andino. El caso parecía tener su principal sospechosa. Por eso, meses después, el 7 de octubre de 2013, el nuevo fiscal Fernando Castro, quien heredó un expediente ya investigado, pidió elevar a juicio la causa: La prueba que creía que incriminaba a Andino eran la declaración del remisero que la había llevado, otros testimonios y las huellas. Demasiado poco.
La Justicia entendió tres obviedades: 1) Que cuando Andino habló por teléfono había otro hombre lo que permite suponer que Baldusi estaba vivo cuando la chica se fue; 2) Que las huellas sólo demostraron que Andino estuvo ahí, no que lo mató; y 3) Que si la alarma sonó a las 6 de la mañana y a las 8.10 alguien entró después de que Andino se retirara. Andino fue sobreseída.
Una historia turbia
EL PREFECTO. Los investigadores no fueron detrás de aquella hipótesis de los tres jóvenes que visitaron a Baldusi horas antes de morir fusilado. Ni tampoco de la historia que unía a Baldusi con aquel miembro de la Prefectura que había sido su socio, que por su condición brindaba seguridad en el lugar, y con el que las cosas habían terminado mal.
Ese prefecto se llamaba Emanuel Matías Mazzara y en el año 2010 trabajaba en La Curva. La verdulería la explotaba entonces una mujer de nombre Mariana, cuyo hermano Nicolás vivía en la otra punta de la ciudad, en el barrio El Casal. Allí Nicolás era el amante de Andrea Mansilla, quien cansada de su matrimonio pidió ayuda para librarse de él. Cierta tarde de noviembre de 2010 Mazzara aceptó cobrar 10 mil pesos por el asesinato de Hernán Santos. El acuerdo lo sellaron Mazzara y la esposa de Santos, Andrea Mansilla, en la vereda del mercado La Curva.
Los investigadores no fueron detrás de aquella hipótesis de los tres jóvenes que visitaron a Baldusi horas antes de morir fusilado. Ni tampoco de la historia que unía a Baldusi con aquel miembro de la Prefectura que había sido su socio.
El crimen por encargo se consumó el 2 de diciembre de 2010 y el arma empleada fue un pistolón calibre 24 que Mazzara le robó al carnicero de La Curva. La investigación del homicidio de Santos fue rauda y el cruce telefónico descubrió la historia de los amantes. En julio de 2011 Mazzara fue detenido y Baldusi fue uno de los testigos de cargo más importantes. Su declaración -tanto como la del carnicero Oscar Mena, dueño del pistolón- sirvió para enterrar todas las posibles coartadas de Mazzara. aunque esos dichos debía ratificarlos en el juicio que se llevaría a cabo en el año 2013.
Los jueces que habían sobreseído a Andino reprocharon a los investigadores ignorar que Mazzara había amenazado de muerte a Baldusi. Les faltó agregar que el 6 de febrero, por razones procesales, Mazzara estaba libre.
El olvido suele apropiarse de la debilidad y los olvidados terminan no siendo otros que los débiles. La vida de Baldusi, o mejor aún su muerte, desaparecerá poco a poco sin dejar rastros. Tal vez como su asesino.
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